Tras la publicación del informe Sexismo
lingüístico y visibilidad de la mujer, del lingüista y académico D.
Ignacio Bosque, han aparecido en diversos medios una serie de críticas feroces
que incluyen insinuaciones sobre la integridad profesional del autor del
informe, cuando no juicios morales inaceptables sobre él y, por extensión,
quienes apoyan el contenido de su informe. Este manifiesto tiene como objetivo
mostrar que las conclusiones del informe del Prof. Bosque son inobjetables y
que somos muchos los lingüistas que –independientemente de nuestro sexo y edad–
suscribimos sus conclusiones. El texto que sigue justifica y explica las
razones de nuestro apoyo.
1. Si se observa distanciadamente, la discusión que subyace a las intensas
polémicas sobre este texto –y sobre otros anteriores– no es acerca de un
problema social, sino acerca de cómo ese problema social se refleja –o no– en
distintos aspectos del uso de la lengua. Nadie discute que la mujer ha sido
tradicionalmente discriminada en numerosos aspectos de la vida laboral y la
legislación española; este aspecto queda fuera de la polémica y lo asumimos
como cierto, así como entendemos que es cierto que de algún modo deben
promoverse cambios sociales que disuelvan esta desigualdad.
2. Más específicamente, la discusión atañe a cuatro aspectos que queremos
abordar separadamente:
2.1. Si la
gramática española es sexista, o, en general, si un sistema gramatical puede
ser sexista.
2.2. De ser
así, qué papel compete a los lingüistas para remediar lo que sería
indudablemente una situación inaceptable desde el punto de vista ético.
2.3. Si es
posible legislar a favor o en contra de un uso
lingüístico.
2.4. De ser
ciertos 2.1 y 2.3, si las denominadas “guías de lenguaje no sexista” orientadas
hacia esa legislación son una medida útil y ajustada contra el sexismo de la
lengua española
3. Acerca de la primera cuestión, es importante diferenciar tres niveles: el
nivel léxico, el nivel morfológico y el nivel gramatical. Entendemos aquí por
nivel léxico aquel que se refiere al significado de las palabras, manifestado a
través de su uso. Por nivel morfológico nos referimos a qué marca (-a, -isa, cambios en el lexema, etc.) reciben
las distinciones de género gramátical en cada palabra. Por nivel sintáctico
entendemos aquí los casos en que se usa una forma plural con -o para aludir a todos los miembros de una clase, sin
distinguir su sexo, o al uso del género en procesos de concordancia gramatical.
3.1. Si nos
atenemos al nivel léxico no cabe duda de que el léxico español refleja de
numerosas formas estereotipos culturales discriminatorios para la mujer. Son
numerosos los contrastes que lo manifiestan: ser un
zorro / ser una zorra; ser un profesional / ser una
profesional, o las connotaciones negativas que frecuentemente se asocian a sargenta, jefa o coronela. Indudablemente estos usos se deben a que la
cultura en la que nacieron estas palabras es sexista. Esto no se niega en el
informe, ni nunca se ha puesto en cuestión, y son usos que, sin necesidad de
que nadie legisle, ahora despiertan un rechazo social cada vez más general.
3.2. En el
nivel morfológico, es indudable que la ausencia de forma femenina de muchos
nombres de oficio se debe a la inexistencia en el pasado y escasez en el
presente de mujeres que ocupen dicha profesión. Es indudable también que estos
usos están cambiando sin necesidad de que nadie legisle por ellos, y que
secuencias que hace años se sentían como extrañas (la jueza, la Presidenta, la cancillera) se han ido acomodando en el uso.
Esto, de hecho, se afirma explícitamente en el informe (§6, p. 8).
3.3. En el
nivel sintáctico, la acusación de que la gramática española es sexista por
permitir decir Todos los españoles son
iguales ante la ley –englobando así españoles y españolas– o He dormido en casa de mis padres –por en casa de mi
padre y de mi madre– es radicalmente falsa. Y esto es así por tres razones:
3.3.1. Para que el uso englobador de los
españoles sea sexista, esta debe ser una forma masculina, pero dicho diagnóstico
es, como mínimo, apresurado. Dados los datos, se podría concluir con idéntica
base científica –probablemente mayor– que el español carece de género
masculino, que la forma que la tradición ha clasificado como masculina en
realidad es la ausencia de género y que el único género gramatical que se
codifica en español como tal es el femenino. Si la forma el científico fuera masculina, debería excluir a
los miembros de género femenino. Sin embargo, esto no es así. Podemos decir sin
contradicción que El primer científico en
identificar la radiactividad fue una científica, Marie Sklodowska, lo cual sería
sorprendente si la forma en –o fuera masculina porque el conjunto considerado debería entonces excluir
a las mujeres científicas. En cambio, es contradictorio decir La primera científica en identificar la penicilina fue un
científico, Alexander Fleming, lo cual es esperable si la forma
femenina realmente codifica género y excluye a quienes no lo poseen. A la luz
de estos ejemplos cabe concluir que, probablemente, masculino es un término tradicional de la
gramática española que no responde a la verdadera naturaleza del concepto que
denota en las descripciones gramaticales.
3.3.2. Las gramáticas no pueden ser sexistas, de la misma forma que no pueden
ser comunistas, anarquistas, liberales o ecologistas. Una gramática es un
sistema formal donde se combinan elementos mediante una serie de reglas
complejas que no reflejan ni directa ni indirectamente la cultura de la
sociedad que habla una lengua. Al contrario que el léxico, donde se reflejan
con cierta nitidez los prejuicios de una sociedad, la gramática no se relaciona
de ninguna manera obvia con diferentes actitudes culturales. Nadie ha
conseguido encontrar un denominador cultural común entre las lenguas que
admiten sujetos omitidos, las que invierten el verbo y el sujeto en las
interrogativas o las que concuerdan los adjetivos con los sustantivos. Sin
embargo, es numerosa la bibliografía que estudia otros rasgos gramaticales que
poseen en común las gramáticas que tienen estas propiedades.
3.3.3. La idea de que las gramáticas pueden estar cargadas de contenido
cultural, llevada a sus últimas consecuencias, da lugar a una justificación del
racismo y la xenofobia: ¿cabría pensar, como hicieron algunos a finales del
siglo XIX y principios del XX, que las lenguas sin concordancia son propias de
pueblos rudimentarios, poco dados a las relaciones abstractas? Naturalmente,
no.
4. Pasemos ahora al segundo punto de debate, el papel que debe tener el
lingüista con respecto a los rasgos sexistas de una lengua.
4.1. Quienes
critican el informe de D. Ignacio Bosque parecen concebir que la tarea del
lingüista es parecida a la de un legislador que debe recomendar ciertos usos,
hacer otros obligatorios y prohibir muchos de ellos.
4.2. Esta
preconcepción implícita parece entender que la gramática se hace a golpe de
leyes, pero esto es radicalmente falso. El español actual, al contrario que el francés
y el italiano, utiliza haber como auxiliar
incluso con verbos de significado pasivo –comomorir o nacer–. Esto es un
cambio con respecto al uso habitual durante la Edad Media, que utilizaba ser con tales verbos. Pero el cambio no se produjo
porque un legislador decidiera que había llegado el momento de distinguirse de
los franceses e italianos, con quienes se estaba en guerra: se produjo por
cambios internos en el sistema gramatical, relacionados probablemente con el
reajuste de los tiempos verbales, el desarrollo de otras marcas de pasividad y
otros muchos factores que aún están siendo estudiados por los lingüistas.
4.3. Incluso
en casos en los que se trata de legislar sobre la lengua activamente, los usos
que se prohíben tienden a perdurar si el sistema gramatical requiere que se
estructuren así. Por más que las gramáticas normativas de los últimos cincuenta
años hayan criticado el uso de deber de como perífrasis de
obligación, se sigue empleando así en textos de todo tipo, y generalmente para
marcar una obligación menos fuerte que la que indica deber. Pasa igual con el leísmo, el dequeísmo y tantos otros fenómenos que se
observan todos los días.
4.4. Como se
puede concluir de lo anterior, en definitiva esta actitud con respecto a la
labor de los lingüistas es una nueva forma de normativismo, una actitud según
la cual la lengua debe tener guardianes que se aseguren de que permanezca pura
en su cumplimiento de ciertos principios ideales, incluso y especialmente
cuando esta vigilancia vaya en contra de la forma en que hablan normalmente los
usuarios de esa lengua. Es una forma de dar a entender tácitamente que los
hablantes no son dueños de la lengua, sino gente que la toma prestada y no la
cuida como debiera.
4.5. Pero
esta actitud normativista convertiría a los lingüistas en los únicos
investigadores y científicos cuya tarea es la de preservar una pureza
ideal en lugar de la de descubrir cómo funciona su objeto de estudio. Si un
detective decide falsear sus informes porque el asesinato y la corrupción
despiertan en él un rechazo moral, sería castigado penalmente. Igualmente, si
un médico decidiera no decirnos que tenemos una enfermedad grave porque
considera –como cualquier otra persona– que el mundo sería mejor sin dichas
enfermedades, nuestra reacción no sería la de ensalzar sus altos valores
morales, sino la de denunciarlo a las autoridades competentes.
4.6.
Consecuentemente, si un diccionario mantiene acepciones como la de periquear –verbo con el que se describe la
actitud de una mujer que se toma excesivas libertades–, no lo hace porque
apruebe la idea de que exista una cantidad máxima de libertad aceptable para
las mujeres, sino porque este verbo se ha usado así y el deber de un
investigador de la lengua es el de recoger esta información. De igual manera,
si un periodista insiste en hablar de un delito, no pensamos que esté a favor
de que se cometiera dicho delito.
4.7. Tampoco
cabe esperar que el lingüista introduzca en la definición una valoración sobre
la sociedad donde se usa esta palabra, criticándola o apoyándola, porque esto
es una cuestión que corresponde a la ética, la moral y la política. De igual
manera no aceptaríamos que un médico opinara en su diagnóstico sobre si es
merecido o no que un fumador tenga cáncer.
4.8. Cabe
contrargumentar a lo que acabamos de afirmar que la institución a la que
pertenece el Prof. Bosque, la RAE, hace recomendaciones de uso en muchos otros
casos. Esto es cierto, pero tales recomendaciones –como la de preferir que deber de no tenga valor de obligación– no
están motivadas por criterios políticos o éticos, sino que se hacen conforme a
criterios gramaticales que atienden a cómo está conformado el sistema de la
lengua. La intención de estos consejos es la de evitar recomendar usos que
pueden ser pasajeros y producir ambigüedades que dificulten la comunicación
ahora o en el futuro, cuando se vuelve sobre los textos que la usaron. Si el
uso se afianza, el deber del lingüista es el de recogerlo y tratar de explicar
sus causas gramaticales. De hecho, la Nueva
Gramática, de la que D. Ignacio Bosque es ponente, reconoce ya la extensión en el
uso de deber de como obligación (y
de forma similar, recomienda que se evite el uso genérico de la forma en -o en casos donde pueda haber
ambigüedad, en la medida en que afecta a la comunicación, no a la ética). Esto
es, de nuevo, lo mismo que esperamos de un investigador: si un médico encuentra
indicios de que un paciente tiene cáncer, no se apresura a amputar la zona
sospechosa, sino que solicita hacer más pruebas antes de tomar una decisión a
favor o en contra.
5. En cuanto a la tercera cuestión, se discute también si es posible, aun
queriendo legislar, hacerlo para producir un cambio en la forma en que la
sociedad usa su propia lengua.
5.1. Las
recomendaciones acerca del lenguaje no sexista se aplican, es cierto, a un tipo
de lenguaje específico: el lenguaje llamado oficial, que se contrapone al
lenguaje espontáneo oral o escrito, y que se manifiesta sobre todo en textos
administrativos y jurídicos.
5.2. No es
infrecuente que se hagan todo tipo de recomendaciones artificiales en el
lenguaje no espontáneo. En muchos manuales de estilo islandeses se pide evitar
comenzar una oración con un adverbio; algunos manuales sobre el inglés
advierten de la inconveniencia de empezar una carta formal con un pronombre de
primera persona. Estas recomendaciones tienen una causa menos clara que la que
conduce a algunos a proponer el desdoblamiento de las formas de género, y sin
duda no tienen una intención moralmente tan admirable, pero son igualmente
artificiales en la medida en que condenan estructuras que la gramática de las
respectivas lenguas permite. Crucialmente, estas recomendaciones no han hecho
que los islandeses, en sus conversaciones cotidianas, cambien el lugar donde
sitúan sus adverbios o que los ingleses empleen menos pronombres. La
recomendación, por tanto, ha resultado completamente inútil fuera de estas
manifestaciones no espontáneas de lengua, donde tampoco se siguen sin
excepción.
5.3. Además
de infructuoso para el uso general del idioma, cabe preguntarse si esta clase
de recomendaciones que hacen más artificiosa la expresión son deseables.
Probablemente no es intención de ninguna de las administraciones e
instituciones que han aconsejado el desdoblamiento la de hacer sentir a los
hablantes que esas formas de hablar no pertenecen a su lengua. Sin embargo, el
efecto que se obtiene es a menudo ese. Algunos de los abajo firmantes hemos
hecho el experimento de forzarnos a seguir las recomendaciones de estas guías
cuando nos dirigimos a nuestros estudiantes en clase. Este experimento siempre
ha sido recibido por los estudiantes –incluyendo, naturalmente, a las
estudiantes–, primero con sorpresa, después con extrañeza y por último con
regocijo, hilaridad y alboroto.
5.4. En
último término, legislar en casos como este, en la medida en que implica
condenar usos que son naturales en un sistema (gramatical), es tan discutible
como obligar a las personas que acuden a un juicio o al parlamento a andar
usando solo los talones, que es una manera distinta de aquella que
habitualmente usan debido a las propiedades naturales de su sistema motor. Tal
vez alguien desee que los acusados anden así como una forma de respeto al
tribunal, pero es difícil no estar de acuerdo en que en tal caso sería mucha
más la incomodidad causada que el beneficio objetivo obtenido.
5.5. Y más
allá de esto, si se decidiera legislar sobre la forma de andar en los juicios,
sería una cuestión que competería a los políticos y legisladores –crucialmente,
con cierta labor de consulta a los fisioterapeutas para evitar lesiones
en masa–. Igualmente, si se decide legislar para que se evite la manera natural
de hablar en ciertos contextos formales, sería tarea de los legisladores,
asesorados por los lingüistas. Lo que no es aceptable es que se pida que los
lingüistas apoyen reglas que no son de su competencia y que además se han
establecido sin atender a sus criterios, al tiempo que se hacen juicios morales
precipitados sobre los miembros de este grupo que no aceptan esta situación
irregular y única en el mundo de la investigación y de la ciencia.
6. El informe de Ignacio Bosque se dedica especialmente al último punto de los
cuatro que mencionamos. Aun considerando que la lengua fuera cómplice y ayuda
de los sesgos sexistas de la sociedad española y que un cambio obligado en el
uso lingüístico de la administración ayudara a conseguir una sociedad más
igualitaria, las guías a las que hacemos referencia no serían adecuadas.
6.1 En primer lugar, parece que estas guías no han sido construidas desde un
conocimiento profundo del acto referencial. Así, por ejemplo, nadie parece
haber visto la contradicción obvia entre afirmar que el género de las
expresiones referenciales se interpreta de forma sexuada y al mismo
tiempo aconsejar el uso de términos genéricos del tipo de estudiante. La razón de esta recomendación es que, según
estás guías, el masculino genérico evoca mentalmente un referente masculino.
Aun si esto fuera cierto, no se subsanaría nada al emplear palabras como estudiante, porque obviamente el concepto que evoca tiene
necesariamente un sexo biológico particular, y no cabe esperar que el hablante
imagine este concepto como una entidad asexuada. Si la forma en -o (alumno) evoca un concepto
masculino es por culpa de los estereototipos culturales, no por la terminación
del sustantivo. Por esta razón, una terminación distinta no soluciona nada: estudiante evocará en los mismos hablantes un
concepto masculino. Hemos complicado la vida de los hablantes, pero no hemos
resuelto ningún problema.
6.2 En segundo lugar, como muy atinadamente apunta Ignacio Bosque en su
informe, muchas de las indicaciones de las guías aconsejan renunciar a
distinciones irrenunciables en el estudio de la lengua. Valga como ejemplo para
los amantes de la lógica clásica: se aconseja que sustituyan los cuantificadores
universales (Todos los estudiantes) –que al marcar
género forzarían un referente masculino, según estas guías– por distributivos (Cada estudiante) sin esa peligrosa marca de género. Para comprobar
que esta sustitución nos ha obligado a decir algo distinto de lo que queríamos
decir, compárese Todos los estudiantes
vinieron juntos conCada estudiante vino juntos, que es imposible.
6.3 Como consecuencia de la falta de naturalidad y dificultad de aplicación de
las expresiones que recomiendan estas guías, se añade el peligro de que los
textos legales que traten de seguirlas entren en contradicciones. Entendemos
que si se usa de manera regular el masculino como simple masculino, en aquellos
párrafos en los que aparezca como genérico habrá problemas en la interpretación
del texto legal y alguien podría terminar alegando que es lícito encarcelar a
una mujer sin juicio porque la afirmación Todos los
españoles son inocentes si no se demuestra lo contrario solo se aplica a
los varones, ya que si se hubiera deseado incluir a las mujeres se debería
haber dicho Todas las personas españolas
son inocentes si no se demuestra lo contrario. Sospechamos que este no es el tipo
de efecto que aspiran a obtener estas guías.
6.4 En consecuencia de todo lo anterior, al considerar todos los usos
lingüísticos que contienen género gramatical de algún modo como igualmente
sexistas, los rasgos que realmente lo son –como los rasgos léxicos a los que
aludimos en 3.1– quedan, esta vez sí, invisibilizados. Puestos a legislar
contra las manifestaciones de sexismo en el lenguaje, tendría mucha mayor
efectividad y sería mucho más factible definir leyes contra el uso de ciertos
insultos dirigidos exclusivamente a las mujeres y así evitar, por ejemplo, que
un juez absuelva a quien ha llamado a su pareja zorra con la excusa de
que, más que un insulto, el apelativo era una descripción.
7. Consecuentemente, creemos que:
7.1. Es
falso y aun absurdo afirmar que una gramática tenga una ideología
7.2. Aun si
esto fuera cierto –que no lo es– no es labor del lingüista hacer juicios
morales sobre esa ideología
7.3. Y aun
si el lingüista debiera hacer juicios morales, no sería posible ni deseable
forzar los cambios mediante reglas que afecten al uso de la lengua. Los cambios
tienen que provenir de otras vías, al menos si queremos evitar que el lenguaje
no sexista sea un modo de maquillar una realidad que sigue siendo
discriminatoria con la mujer.
7.4 Por todo
ello, estamos de acuerdo con el informe en considerar que las denominadas guías
del lenguaje no sexista no son adecuadas por no ser útiles a lo que pretenden y
no estar basadas en un conocimiento de los matices lingüísticos ni del propio
acto de referencialidad.
Tromsø, 6 de marzo de 2012