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27 mayo 2012
20 mayo 2012
El lugar del léxico en la teoría de Chomsky
En Aspectos
de la teoría de la sintaxis. el léxico está distinguido claramente del
componente transformacional (cosa que no sucedía en Estructuras
sintácticas, lo cual permitía la generación indeseable de oraciones
agramaticales).
Así, el léxico
reúne toda la información idiosincrásica (fonológica, sintáctica y semántica)
que los hablantes conocen sobre los ítems léxicos. Especialmente relevante es
la incorporación de la noción de subcategorización, que especifica qué tipo de
selección tienen los verbos: por ejemplo, destruir se inserta
en un contexto [__ SN]; creer, en [__O]. La existencia de la
subcategorización en las entradas léxicas explica la agramaticalidad de
oraciones como Juan ríe María, que Estructuras sintácticas permitía.
A partir de esa propuesta de Chomsky, se empezó a discutir desde mediados de
los años 60 cuál es la naturaleza de la subcategorización, esto es, si debe
plantearse en términos sintácticos (como los anteriores, en los que se
especifican las características sintácticas del complemento) o en términos
semánticos (por ejemplo, por medio de roles temáticos: destruir selecciona
un agente que lleva a cabo la acción y un tema,
que es la entidad pasivamente involucrada) o si la selección es doble
(sintáctica y semántica).
Con la
determinación del lugar del léxico en el modelo, en Aspectos de la
teoría de la sintaxis se termina de
diseñar la oposición entre estructura profunda y estructura
superficial de una oración, que ya estaba implícita en la noción de
transformación de Estructuras sintácticas. La estructura profunda
se deriva más o menos directamente de las propiedades de los ítems léxicos,
mientras que la estructura superficial se crea una vez que se aplican las
operaciones sintácticas correspondientes al componente transformacional.
Década del 70
Dentro de la
gramática generativa, los años que siguieron a Aspectos de la teoría de
la sintaxis estuvieron marcados por la discusión acerca de qué
oraciones pueden correlacionarse formalmente entre sí por medio de una
transformación (i.e., qué oraciones pueden derivarse una de la otra) y qué
fenómenos deben ser considerados independientes desde el punto de vista
sintáctico, aunque haya entre ellas una sensación de “parentesco” semántico o
formal.
Un texto
fundamental en ese camino es “Observaciones sobre la nominalización” [Remarks
on nominalization] (1970), a partir del cual la gramática generativa retoma la
oposición de Bloomfield entre la morfología y la sintaxis como componentes
diferentes de la gramática que dan cuenta de la formación de distinto tipo de
unidades complejas. Chomsky distingue, dentro de las diversas clases de
palabras con categoría nominal que aparecen ligadas a un verbo (gerundios y
“verdaderas” nominalizaciones), aquellas relaciones que son sistemáticas,
regulares y predecibles (y deben, pues, ser captadas por transformaciones
sintácticas) de aquellas relaciones impredecibles que deben expresarse por
medio de reglas léxicas o morfológicas. Paralelamente, “Observaciones sobre la
nominalización” puede leerse también como un largo argumento en contra de los
autores enrolados en la semántica generativa (como George
Lakoff, Paul Postal, John Ross), que constituyeron el primer
desprendimiento de la gramática generativa en los últimos años de la década del
60 y los primeros del 70. Los semánticos generativos trataban de explicar por
medio de transformaciones ciertas relaciones semánticas que no están expresadas
formalmente en la gramática (por ejemplo, las que vinculan en español los
verbos morir y matar –entendido como ‘causar
que otro muera’); por el contrario, Chomsky intentó demostrar que esas
relaciones no pueden ser resultado de operaciones sintácticas sino que deben
ser expresadas por medio de reglas de otra naturaleza (léxicas o semánticas).
En síntesis, en los
primeros textos de Chomsky aparecen ya los puntos centrales de la gramática
generativa, que se mantienen hoy en día. Entre ellos, cabe mencionar la
postulación de la existencia de un conocimiento innato/ universal del lenguaje,
que ha llevado a rediseñar la teoría de la adquisición (y ha influido
directamente en el enorme desarrollo de la psicolingüística y de la
neurolingüística de los últimos años); la preeminencia otorgada al componente
sintáctico como locus de las propiedades universales del lenguaje; el interés
en el aspecto creativo o generativo del lenguaje humano, asociado con la
recursividad como propiedad fundamental, y, por último, los supuestos de que
existen unidades intermedias entre las palabras y las oraciones (frases o
sintagmas) y de que la estructura fonológica de una oración no coincide
necesariamente con su estructura semántica (i.e., hay operaciones de
desplazamiento y elipsis que llevan a una falta de correspondencia entre sonido
y significado). Como premisa epistemológica, Chomsky ha planteado la idea de
que la lingüística no debe ser una ciencia simplemente clasificatoria o
descriptiva, sino explicativa y, por lo tanto, debe buscar las leyes o reglas
que rigen subyacentemente la conducta lingüística.
Estructuras
sintácticas y Aspectos..., que dieron lugar a la llamada Teoría
Estándar Extendida que se desarrolla a lo largo de la década del 70,
pretendían servir como primer paso en la explicación de la capacidad humana del
lenguaje; sin embargo, el modelo sintáctico planteado carecía de universalidad.
Así, por ejemplo, ciertas transformaciones, como la regla de inserción del
verbo auxiliar do [hacer], hacían referencia a fenómenos
particulares del inglés, sin ningún alcance universal. Recién en los 80, con la
teoría de Principios & Parámetros, reformulada luego como el Programa
Minimalista, se planteará un modelo capaz de reflejar de un modo adecuado y
sistemático no sólo las características universales del lenguaje sino también
las propiedades particulares de las lenguas.
Lecturas básicas
- Chomsky, Noam (1955), The
Logical Structure of Linguistic Theory, tesis doctoral, University of
Pennsylvania (publicada en Chicago: Chicago University Press, 1975).
- Chomsky, Noam (1957), Syntactic
Structures, The Hague, Mouton. Editado en español como: Estructuras
sintácticas, Madrid, Aguilar, 1971.
- Chomsky, Noam (1965), Aspects
of the theory of syntax, Cambridge, MIT Press. Editado en español como: Aspectos
de la teoría de la sintaxis, Madrid, Aguilar, 1970.
- Chomsky,
Noam (1970), “Remarks on nominalization”, en Jacobs, R. A. & P. S.
Rosenbaum (eds.) Readings in English Transformational Grammar, Cambridge,
Waltham. Editado en español como: “Observaciones sobre la nominalización”,
en: Sánchez de Zavala, V. (comp.), Semántica y sintaxis en
lingüística transformatoria I. Madrid: Alianza, 1974, 133–187.
Chomsky: competencia y actuación
Aspectos de la teoría de la sintaxis
El segundo libro de
Chomsky, que retoma y refina Estructuras sintácticas, es Aspectos
de la teoría de la sintaxis [Aspects of the theory of syntax]
(1965). Dentro de los conceptos allí desarrollados, aparecen varios que se
consideran representativos de toda la gramática generativa.
Así sucede con la
dicotomía actuación [performance] vs. Competencia [competence],
que para Chomsky permite distinguir la conducta lingüística real y observable
(actuación) en contraste con el sistema interno de conocimiento que subyace a
ella (competencia). Chomsky asume explícitamente que la competencia es una
facultad idealizada, que resulta de abstraer los juicios de un hablante/ oyente
ideal de una comunidad lingüística completamente homogénea, al que no lo
afectan condiciones irrelevantes para la gramática como limitaciones de
memoria, distracciones, errores, etc. (Chomsky, 1965, p. 3).
En ese sentido,
Chomsky separa la competencia, que es una capacidad idealizada (mental o
psicológica), de la producción real de enunciados, que es la actuación. La
dicotomía recuerda a la distinción entre lengua y habla de
Saussure, como el mismo Chomsky nota (1965, p. 4). Ambos pares de conceptos
pretenden extraer de la masa de hechos del lenguaje una entidad sistemática,
que pueda servir como objeto de estudio legítimo de la lingüística (la lengua,
para Saussure; la competencia para Chomsky), a la que diferencian de otros
fenómenos ligados con el lenguaje que son heterogéneos y difíciles de
sistematizar (el habla y la actuación, respectivamente). Sin embargo, mientras
que para Chomsky la competencia es el conjunto de reglas subyacentes a las
infinitas oraciones de una lengua, para Saussure la lengua coincide
prácticamente con el léxico, en tanto inventario “sistemático” de ítems.
Por otra parte,
recuérdese que Chomsky rechaza las ideas de que la comunicación sea una función
inherente del lenguaje y de que la lengua deba ser estudiada en el contexto de
las interacciones humanas, dos premisas asumidas por la lingüística
estructural.
A partir de la
dicotomía competencia/actuación, Chomsky plantea en Aspectos... la
oposición entre la gramaticalidad y la aceptabilidad de
las oraciones. Mientras que la gramaticalidad de una oración se refiere a
propiedades que atañen a la competencia, esto es, si la oración está o no
formada de acuerdo con las reglas que forman parte del conocimiento
internalizado de los hablantes, la aceptabilidad, en cambio, tiene que ver con
factores ligados a la actuación, que incluyen desde la normalidad semántica y
pragmática hasta la complejidad oracional.
También sobre la
base de la oposición entre competencia y actuación, Chomsky plantea en Aspectos...
la diferencia entre una gramática explicativamente adecuada (que da cuenta de
la competencia, esto es, del conocimiento interno del hablante acerca de su
lengua) en oposición a una gramática descriptivamente adecuada (que se limita a
observar los hechos o la conducta sin dar cuenta del sistema de reglas
subyacente).
La lingüística de Noam Chomsky
Líneas generales de su obra y algunas críticas.
¿Por qué el aprendizaje tradicional no es
suficiente?
La lingüística chomskyana parte
de una serie de observaciones que, al menos aparentemente, eran difícilmente
explicables en función únicamente de los mecanismos conductistas a los que
aludió B. F. Skinner (luego esta impresión resultó de hecho inexacta conforme
nuevas investigaciones que se pusieron en marcha). He aquí una relación no
exhaustiva con algunas de esas observaciones:
- El
hecho de que el lenguaje es un universal humano. Independientemente de la
cultura que hayan recibido (es decir, independientemente de lo diferentes
que hayan sido sus experiencias previas), todos los seres humanos en plenas
capacidades tienen un lenguaje completamente desarrollado.
- El
hecho de que algunos trastornos que afectan al lenguaje no afectan al
resto de capacidades y
viceversa, dando la sensación de que el lenguaje es una
facultad independiente.
- La
constatación de que no existe un "medio-lenguaje": todas las
lenguas naturales están plenamente desarrolladas, son igualmente complejas
y efectivas para representar cualquier idea que nos venga en gana.
- La
velocidad con la que los niños aprenden su lengua materna, y la envidiable
facilidad con la que acometen esta tarea. Ciertamente, a los adultos nos
parece más complicado aprender un idioma, con su gramática y su
vocabulario, que aprender a atarse los cordones de los zapatos, pero
paradójicamente los niños demuestran una precocidad y pericia mucho más
acusadas en el primer caso.
- La
impresión de que existe una especie de "periodo crítico" para
adquirir el lenguaje, de manera que los niños de más de 12 años y los
adultos requieren muchísimo más esfuerzo para aprender un segundo idioma
que los niños pequeños para aprender su lengua materna.
- La
"pobreza
del estímulo": los padres, generalmente, no instruyen
explícitamente a sus hijos acerca de las reglas que rigen la gramática de
su lengua materna. Más bien son los propios niños quienes parecen
"extraer" por sí mismos las reglas a partir de las
conversaciones de los adultos, y después las aplican a sus producciones de
lenguaje. Según muchas opiniones, ese input lingüístico que reciben los
niños es desde el principio demasiado complejo, y por ello poco
informativo, como para decir que los niños aprenden a hablar (en el
sentido tradicional) sólo a partir de lo que oyen.
- Existen
inesperadas similitudes y puntos comunes en la estructura de lenguas que
no están emparentadas entre sí (ej. tanto el euskera como el japonés
colocan el núcleo de la frase, que es el verbo, al final de la oración); a
la vez se ha simplificado la variabilidad entre las lenguas mediante la
identificación de los parámetros que las gobiernan a todas. Por ejemplo, todas
las lenguas naturales pueden clasificarse entre las que exigen que se
especifique explícitamente el sujeto de la acción (caso del inglés) y las
que no (castellano).
- Generamos
oraciones completamente nuevas continuamente. Casi todas las aportaciones
lingüísticas que realizamos cada vez que abrimos la boca o escribimos en
el teclado son totalmente inéditas, no las hemos oído antes, y por lo
tanto no hemos tenido la oportunidad de aprenderlas directamente a partir
de nuestra experiencia con ellas. Por ejemplo, seguramente es la primera
vez en mi vida que escribo la siguiente frase: "Los unicornios
plateados pastan tristes en el jardín". Podría haber sido más
imaginativo, pero es que ni siquiera me hace falta para ilustrar la
situación.
Desde el punto de vista de Chomsky (y de muchos psicólogos, lingüistas y filósofos del momento), éstas (y otras) eran las objeciones que señalaban a todas luces que las reglas del aprendizaje general no podían aplicarse al lenguaje. Y bien, ¿cuál fue la propuesta de Chomsky?
La propuesta de Chomsky podría definirse como "gramática formal, generativa, universal e innata", y sus líneas generales vendrían a ser las siguientes (me molesto en comentar más detalladamente algunos puntos de interés para la discusión posterior):
Líneas generales de la lingüística según Chomsky
1) Formalismo: Una gramática formal consiste en un conjunto de reglas para transformar símbolos abstractos (que representan las unidades gramaticales: morfemas, palabras), representables mediante el lenguaje matemático. Por ejemplo, una regla formal podría ser: "Si A y B cumplen una condición X, entonces, A tiene que ir inmediatamente delante de B". Para entenderlo bien, podemos acudir al ejemplo de los programas de ordenador: cualquier software es básicamente un conjunto de reglas formales para manejar símbolos.
Mediante las reglas formales de la gramática, los símbolos se agrupan generando secuencias que son las frases. Por lo tanto, cuando hablamos no estamos repitiendo frases que hayamos escuchado antes, sino que las generamos desde cero mediante la aplicación de transformaciones y operaciones en un nivel muy formalizado.
Este tipo de filosofía formalista se ha adoptado en otras ramas de las ciencias de la mente, sobre todo en la psicología cognitiva y en el estudio del razonamiento. La famosa metáfora del ordenador se aplica en estos casos de la misma manera que en la lingüística.
2) Independencia con respecto al significado: Esto se deriva del anterior punto. Un detalle muy importante es que todas las reglas formales que operan con los símbolos son independientes del significado que adopten esos símbolos. La regla "El Verbo debe colocarse al final del sintagma verbal" siempre produce frases correctas en euskera y en japonés, por ejemplo, y lo hace independientemente de cuál sea el verbo en concreto al que se esté aplicando la regla, y por supuesto del significado de éste, asimismo tampoco juega papel alguno el contexto semántico de la oración.
Los símbolos con los que opera una gramática formal no significan nada hasta que después alguien los interpreta. Es entonces, y sólo entonces, cuando la secuencia formal correctamente formada "Artículo + Adjetivo + Nombre + Adjetivo + Verbo + Nombre" se transforma en la frase con significado "El veloz murciélago hindú comía cardillo". Las reglas gramaticales de Chomsky se aplican a la sintaxis, no a la semántica. Dado que la lingüística según Chomsky sólo se ocupa de las reglas formales gramaticales, entonces todo lo que no sea formalizable, incluyendo a la semántica, queda alegremente fuera del estudio del lingüista.
3) Independencia con respecto "a todo": Dado que nos movemos en un modelo puramente formal, regido por reglas abstractas, lógicas, matemáticas, que operan con símbolos vacíos de significado, entonces el lenguaje, o más bien la sintaxis formal a la que Chomsky reduce alegremente todo el lenguaje humano, es una especie de módulo mental (así lo han llamado), independiente de restricciones cognitivas como la inteligencia, la memoria, la percepción... Ese aislamiento, a la vez que es una condición necesaria para postular ese nivel puramente formal, de paso explica el hecho de que algunos trastornos afecten al lenguaje y no a otras facultades mentales, y viceversa (ver más arriba).
4) Innatismo: la lengua no es un invento cultural, sino una capacidad innata con la que nos ha dotado la naturaleza únicamente a los seres humanos. Así es como Chomsky y los suyos caracterizan al lenguaje, como un instinto, o a veces un "órgano" (un módulo cerebral), tanto como nuestro hígado o nuestro riñón.
Tener un instinto implica que no llegamos al mundo como una tábula rasa, vacíos, dispuestos a aprender cualquier cosa a la que nos expongamos, sino que venimos con algún contenido, en este caso un "software" instalado de fábrica. En la visión de Chomsky, Pinker y otros, estamos programados desde la cuna con algún tipo de instrucciones que rigen nuestro comportamiento más temprano.
Es cierto que las ideas de Chomsky acerca de qué es exactamente eso que traemos innato han ido variando desde su primera propuesta teórica, pero siempre se ha hecho referencia a una "gramática universal", y este es otro concepto importante. Una gramática universal está conformada por unas directrices formalizadas muy sencillas que son comunes a todas las gramáticas de todas las lenguas naturales. La lógica de esta propuesta es la siguiente: si el niño llega al mundo con esa gramática universal "preinstalada", entonces sólo tiene que aprender qué es lo que tiene de particular su lengua materna con respecto a lo que ya traía innato. Eso explicaría la eficiencia de los niños que empiezan a dominar su lengua a pesar de la "pobreza del estímulo".
La última variante de la teoría chomskyana sugiere que esa gramática universal innata se basa en lo que él llama "principios y parámetros". Los principios son, de nuevo, reglas formales válidas para toda lengua natural. Por otro lado, las lenguas naturales se diferencian en los valores que toman ciertos parámetros. Estos parámetros pueden imaginarse como interruptores que pueden estar o bien encendidos o bien apagados. Un parámetro puede ser, por ejemplo, la necesidad de especificar el sujeto en una oración correctamente formada. En este caso, cuando un bebé comienza a escuchar a sus padres hablando en inglés, este parámetro tomará el valor de "Encendido", o "Sí" (es decir, el sujeto tiene que especificarse siempre). Mientras que en un bebé criado por padres hispanohablantes el parámetro mencionado tomará el valor "Apagado", o "No" (porque en español no es necesario especificar el sujeto en cada oración). A base de escuchar las conversaciones de los adultos, el bebé irá completando su lista de parámetros para deducir cuál es la gramática de su lengua materna a partir de la gramática universal que tenía preinstalada (innata). Lo cual es mucho más rápido y sencillo que deducir la gramática desde cero, y no requiere instrucción explícita.
Se puede afirmar por tanto que, propiamente, no "aprendemos" el lenguaje (igual que aprendemos a hacer otras mil cosas), sino que lo "adquirimos". Matiz al que se ha dado cierta relevancia.
5) "Sobrerregularizaciones": los niños suelen extender las reglas gramaticales que han adquirido a palabras o situaciones excepcionales, donde dichas reglas no se aplican. Por ejemplo, es habitual que un niño diga cosas como "lo he rompido" (en vez de "lo he roto"). No es probable que el niño haya escuchado previamente ese verbo irregular mal conjugado, de modo que su error demuestra que no está repitiendo como un papagayo las palabras a las que se ha expuesto en el pasado, sino que está efectivamente aplicando reglas adquiridas para producir palabras y frases totalmente originales cada vez que se comunica.
Asunto interesante, el de las irregularidades. Cualquier excepción a una regla gramatical en una lengua natural se entiende, desde la óptica chomskyana, como una irregularidad instaurada culturalmente, por el uso. Y que debe aprenderse mediante los métodos tradicionales de aprendizaje: mediante memorización y repetición, involucrando esfuerzo... ¿Nadie ha tenido ganas de asesinar cuando se ha enfrentado a esas temibles tablas de "irregular verbs" en clase de Inglés? El lenguaje se "adquiere", las irregularidades se "aprenden".
Por cierto, la sobrerregularización no es la única demostración de que las oraciones en una lengua natural no son simples secuencias de sonidos que se aprenden sólo mediante experiencia, sino que por el contrario se generan cada vez que se emiten. Otro ejemplo de esto mismo son las generalizaciones de las reglas gramaticales a palabras totalmente nuevas o artificiales: cualquiera de nosotros (niños y mayores) podría conjugar el verbo "flipflopear", a pesar de ser un invento: "Yo flipflopeo, tú flipflopeas...". Esto también constituye, según la visión chomskyana, otro argumento a favor del aislamiento de la gramática con respecto al significado. Ya que podemos aplicar reglas a palabras cuyo significado desconocemos o que, como en el caso del verbo "flipflopear", carecen directamente de éste.
Algunas críticas generales a la lingüística chomskiana
1) Formalismo: Una gramática formal consiste en un conjunto de reglas para transformar símbolos abstractos (que representan las unidades gramaticales: morfemas, palabras), representables mediante el lenguaje matemático. Por ejemplo, una regla formal podría ser: "Si A y B cumplen una condición X, entonces, A tiene que ir inmediatamente delante de B". Para entenderlo bien, podemos acudir al ejemplo de los programas de ordenador: cualquier software es básicamente un conjunto de reglas formales para manejar símbolos.
Mediante las reglas formales de la gramática, los símbolos se agrupan generando secuencias que son las frases. Por lo tanto, cuando hablamos no estamos repitiendo frases que hayamos escuchado antes, sino que las generamos desde cero mediante la aplicación de transformaciones y operaciones en un nivel muy formalizado.
Este tipo de filosofía formalista se ha adoptado en otras ramas de las ciencias de la mente, sobre todo en la psicología cognitiva y en el estudio del razonamiento. La famosa metáfora del ordenador se aplica en estos casos de la misma manera que en la lingüística.
2) Independencia con respecto al significado: Esto se deriva del anterior punto. Un detalle muy importante es que todas las reglas formales que operan con los símbolos son independientes del significado que adopten esos símbolos. La regla "El Verbo debe colocarse al final del sintagma verbal" siempre produce frases correctas en euskera y en japonés, por ejemplo, y lo hace independientemente de cuál sea el verbo en concreto al que se esté aplicando la regla, y por supuesto del significado de éste, asimismo tampoco juega papel alguno el contexto semántico de la oración.
Los símbolos con los que opera una gramática formal no significan nada hasta que después alguien los interpreta. Es entonces, y sólo entonces, cuando la secuencia formal correctamente formada "Artículo + Adjetivo + Nombre + Adjetivo + Verbo + Nombre" se transforma en la frase con significado "El veloz murciélago hindú comía cardillo". Las reglas gramaticales de Chomsky se aplican a la sintaxis, no a la semántica. Dado que la lingüística según Chomsky sólo se ocupa de las reglas formales gramaticales, entonces todo lo que no sea formalizable, incluyendo a la semántica, queda alegremente fuera del estudio del lingüista.
3) Independencia con respecto "a todo": Dado que nos movemos en un modelo puramente formal, regido por reglas abstractas, lógicas, matemáticas, que operan con símbolos vacíos de significado, entonces el lenguaje, o más bien la sintaxis formal a la que Chomsky reduce alegremente todo el lenguaje humano, es una especie de módulo mental (así lo han llamado), independiente de restricciones cognitivas como la inteligencia, la memoria, la percepción... Ese aislamiento, a la vez que es una condición necesaria para postular ese nivel puramente formal, de paso explica el hecho de que algunos trastornos afecten al lenguaje y no a otras facultades mentales, y viceversa (ver más arriba).
4) Innatismo: la lengua no es un invento cultural, sino una capacidad innata con la que nos ha dotado la naturaleza únicamente a los seres humanos. Así es como Chomsky y los suyos caracterizan al lenguaje, como un instinto, o a veces un "órgano" (un módulo cerebral), tanto como nuestro hígado o nuestro riñón.
Tener un instinto implica que no llegamos al mundo como una tábula rasa, vacíos, dispuestos a aprender cualquier cosa a la que nos expongamos, sino que venimos con algún contenido, en este caso un "software" instalado de fábrica. En la visión de Chomsky, Pinker y otros, estamos programados desde la cuna con algún tipo de instrucciones que rigen nuestro comportamiento más temprano.
Es cierto que las ideas de Chomsky acerca de qué es exactamente eso que traemos innato han ido variando desde su primera propuesta teórica, pero siempre se ha hecho referencia a una "gramática universal", y este es otro concepto importante. Una gramática universal está conformada por unas directrices formalizadas muy sencillas que son comunes a todas las gramáticas de todas las lenguas naturales. La lógica de esta propuesta es la siguiente: si el niño llega al mundo con esa gramática universal "preinstalada", entonces sólo tiene que aprender qué es lo que tiene de particular su lengua materna con respecto a lo que ya traía innato. Eso explicaría la eficiencia de los niños que empiezan a dominar su lengua a pesar de la "pobreza del estímulo".
La última variante de la teoría chomskyana sugiere que esa gramática universal innata se basa en lo que él llama "principios y parámetros". Los principios son, de nuevo, reglas formales válidas para toda lengua natural. Por otro lado, las lenguas naturales se diferencian en los valores que toman ciertos parámetros. Estos parámetros pueden imaginarse como interruptores que pueden estar o bien encendidos o bien apagados. Un parámetro puede ser, por ejemplo, la necesidad de especificar el sujeto en una oración correctamente formada. En este caso, cuando un bebé comienza a escuchar a sus padres hablando en inglés, este parámetro tomará el valor de "Encendido", o "Sí" (es decir, el sujeto tiene que especificarse siempre). Mientras que en un bebé criado por padres hispanohablantes el parámetro mencionado tomará el valor "Apagado", o "No" (porque en español no es necesario especificar el sujeto en cada oración). A base de escuchar las conversaciones de los adultos, el bebé irá completando su lista de parámetros para deducir cuál es la gramática de su lengua materna a partir de la gramática universal que tenía preinstalada (innata). Lo cual es mucho más rápido y sencillo que deducir la gramática desde cero, y no requiere instrucción explícita.
Se puede afirmar por tanto que, propiamente, no "aprendemos" el lenguaje (igual que aprendemos a hacer otras mil cosas), sino que lo "adquirimos". Matiz al que se ha dado cierta relevancia.
5) "Sobrerregularizaciones": los niños suelen extender las reglas gramaticales que han adquirido a palabras o situaciones excepcionales, donde dichas reglas no se aplican. Por ejemplo, es habitual que un niño diga cosas como "lo he rompido" (en vez de "lo he roto"). No es probable que el niño haya escuchado previamente ese verbo irregular mal conjugado, de modo que su error demuestra que no está repitiendo como un papagayo las palabras a las que se ha expuesto en el pasado, sino que está efectivamente aplicando reglas adquiridas para producir palabras y frases totalmente originales cada vez que se comunica.
Asunto interesante, el de las irregularidades. Cualquier excepción a una regla gramatical en una lengua natural se entiende, desde la óptica chomskyana, como una irregularidad instaurada culturalmente, por el uso. Y que debe aprenderse mediante los métodos tradicionales de aprendizaje: mediante memorización y repetición, involucrando esfuerzo... ¿Nadie ha tenido ganas de asesinar cuando se ha enfrentado a esas temibles tablas de "irregular verbs" en clase de Inglés? El lenguaje se "adquiere", las irregularidades se "aprenden".
Por cierto, la sobrerregularización no es la única demostración de que las oraciones en una lengua natural no son simples secuencias de sonidos que se aprenden sólo mediante experiencia, sino que por el contrario se generan cada vez que se emiten. Otro ejemplo de esto mismo son las generalizaciones de las reglas gramaticales a palabras totalmente nuevas o artificiales: cualquiera de nosotros (niños y mayores) podría conjugar el verbo "flipflopear", a pesar de ser un invento: "Yo flipflopeo, tú flipflopeas...". Esto también constituye, según la visión chomskyana, otro argumento a favor del aislamiento de la gramática con respecto al significado. Ya que podemos aplicar reglas a palabras cuyo significado desconocemos o que, como en el caso del verbo "flipflopear", carecen directamente de éste.
Algunas críticas generales a la lingüística chomskiana
1) Dualismo: Como ha señalado con abundancia de ejemplos el lingüista George Lakoff (1999), la filosofía de Chomsky se identifica con la tradición cartesiana en muchos más aspectos de los que parece a simple vista. Para empezar, el enfoque formalista del lenguaje (y por extensión del pensamiento) implica una separación evidente entre el mundo material (cuerpo) y el mundo abstracto de las reglas formales (mente). La analogía que compara a la mente con el software de un ordenador es al menos parcialmente dualista en este sentido: el cuerpo y el cerebro son sólo el soporte material del lenguaje (y del pensamiento). Las reglas formales de la gramática chomskyana no tienen limitaciones corporales ni materiales (ni siquiera semánticas), porque son tan abstractas como las matemáticas en las que de hecho se basan.
2) Definición de qué es lenguaje y qué no lo es. Otra de las asunciones filosóficas chomskyanas es que el objeto de estudio del lingüista es "la esencia" del lenguaje. Y por "esencia" del lenguaje, Chomsky no entiende otra cosa que gramática expresada en términos formales. Cualquier acto lingüístico que no sea expresable de un modo puramente formal no es "esencialmente lingüístico", y por lo tanto no merece ser estudiado por el lingüista. Así, quedan fuera de su atención la semántica (¡grave olvido!), la funcionalidad del lenguaje (se supone que el lenguaje sirve para comunicarse)... Esta, en absoluto caprichosa definición de qué es el lenguaje, conlleva una divertida consecuencia: la teoría chomskyana es difícilmente falsable en la práctica, puesto que cualquier dato científico en el que se demuestre, por ejemplo, la dependencia de las reglas sintácticas con respecto al significado, será inmediatamente desechado por no hacer referencia a "la esencia" del lenguaje (esto es, la sintáctica formalizada).
3) Aislamiento de la gramática formal. Si la gramática está expresada de una manera formalizada, entonces necesariamente es independiente de otros aspectos lingüísticos, como la semántica. Pero también es autónoma con respecto a otras fuentes de limitaciones: corporales, cognitivas. Esto presenta varios problemas: el primero viene desde la neurociencia.
Cuando Chomsky, Pinker y otros hablan de un "módulo mental" del lenguaje, dan por sentado que el lenguaje "sucede" en el cerebro, igual que el software funciona en un ordenador, y por lo tanto tiene que haber un correlato neuronal del lenguaje. Pero también se apresuran a señalar que el funcionamiento de ese módulo lingüístico es autónomo con respecto a cualquier otra actividad que no sea el propio lenguaje. En otras palabras, están aludiendo a una instancia neuronal... ¡que no tiene input de ningún tipo! Cualquier neurólogo certificará la implausibilidad biológica de semejante cosa (consultar a Gerald Edelman, 1992, toda una autoridad).
Por otro lado, los lingüistas no chomskyanos, o los más interesados por los datos empíricos, han confeccionado una larga lista de ejemplos en los que el lenguaje y la sintaxis son dependientes del contexto del hablante, o más comúnmente del significado de las instancias lingüísticas (Lakoff, 1987; 1999). Sólo por mencionar alguna evidencia, se ha comprobado cómo las transformaciones sintácticas de las frases con estructura coordinada, como por ejemplo "Pedro leyó un libro Y comió un bocadillo" pueden, al menos en inglés, estar determinadas por el contenido semántico de la oración (por ejemplo, si se refiere a una secuencia de acciones ordenadas en el tiempo, o si se quiere poner de manifiesto una relación causal entre los elementos coordinados). Si la gramática se reduce a reglas formales que generan las frases autónomamente y que sólo después son interpretadas para darles significado, este tipo de evidencia es inexplicable.
4) Innatismo. La visión más extrema del innatismo tampoco se sostiene, incluso desde el punto de vista neurológico: los bebés nacen con un número inmensurable de conexiones neuronales. Tantas que impedirían un funcionamiento normal típico de un adulto. Por eso, en los primeros años, la gran mayoría de esas conexiones desaparece, en función de cuáles se activan con mayor frecuencia y cuáles no se usan apenas ("poda neuronal"). El aprendizaje es un proceso selectivo, que implica la desaparición o debilitamiento de algunas conexiones neuronales. ¿Qué quedará del "paquete preinstalado" después de una poda neuronal masiva que depende sólo de la experiencia?
En segundo lugar, no sólo la neurociencia se opone a las formas radicales del innatismo, también la famosa navaja de Occam, el principio de parsimonia y elegancia al que se adscribe la ciencia en su conjunto. Y es que hay alternativas para explicar el lenguaje que no implican innatismo (ni otras asunciones chomskyanas), y que por ello son preferibles desde el punto de vista de la parsimonia.
5) "Pobreza del estímulo". Algunas investigaciones muestran que, de hecho, es habitual en la cultura occidental que los adultos empleen un lenguaje "simplificado" con los niños (lo que se llamó hace tiempo el "maternés"), y también que les corrijan y den instrucciones acerca de la gramática (ejemplos en Ornat y Gallo, 2004; también en Plum, 1996; Plum y Scholz, 2002).
6) ¿Dónde está el significado? Estudia el lenguaje, pero no dice una palabra acerca del significado: de dónde emerge, cómo se utiliza, cómo cambia... Pinker explica que la interpretación de las oraciones (para otorgarles significado) remite a un Lexicón, un mero listado de palabras en el que, como si fuera un diccionario, se especifica qué papeles puede desempeñar cada palabra en la secuencia formalizada de símbolos.
El error de Chomsky es que, en su afán por construir una gramática formalizada, pura abstracción, ha olvidado un aspecto muy importante de todo producto cognitivo: su función. La funcionalidad debería ser la primera guía del científico. Indudablemente, el lenguaje sirve para comunicarse, y uno no puede comunicarse sin expresar significados. Chomsky elude a sabiendas el análisis funcional del lenguaje.
7) El aprendizaje convencional es menos limitado de lo que parece.
Extractado
de Fernando Blanco , 29 octubre, 2008 , en http://psicoteca.blogspot.com/2008/10/el-lenguaje-segn-chomsky-explicacin-y.html
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- Lakoff, G., & Johnson, M. (1999). Philosophy in the Flesh, the embodied mind and
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assessment of stimulus poverty arguments The
Linguistic Review, 19 (1-2),
9-50 DOI: 10.1515/tlir.19.1-2.9
18 mayo 2012
"El aprendizaje ortográfico en la didáctica de la escritura". Hugo Salgado
Trabajo realizado como lectura obligatoria por estudiantes de IFD en la asignatura "Lengua y su enseñzanza". Curso 4º año B, año 2010.
http://www.calameo.com/read/001162999f65ba902e84b
http://www.calameo.com/read/001162999f65ba902e84b
17 mayo 2012
01 mayo 2012
EL ESTUDIO DEL DISCURSO ORAL
EL ESTUDIO DEL DISCURSO ORAL
Signos. Teoría y
práctica de la educación, 12 Página
18/28 Abril - Junio de
1994 ISSN 1131-8600
USOS ORALES
HELENA CALSAMIGLIA*
Al abordar el
planteamiento del trabajo de la lengua oral en la enseñanza nos encontramos con
un problema que presenta distintas facetas: en primer lugar, la que se deriva
de la concepción que tiene el profesor sobre la cuestión. Lo que está en la
mente del profesor tiene una repercusión crucial en la manera de plantear su
trabajo, ya que subyace a todo su quehacer orientativo y a toda intervención
pedagógica. Las bases de esta mentalidad no son, sin embargo, singulares en
cada profesional de la enseñanza, sino que se alimentan de la formación
recibida en los centros universitarios y de concepciones académicas ampliamente
extendidas. Esta es otra de las facetas que debería revisarse críticamente
para, o bien seguir aceptando una manera de entender el uso oral de la lengua porque demuestra su eficacia, o
bien sustituirla por otras que se demuestren más operativas. Por último, no es
necesario entretenernos en la impotencia que manifiesta el profesorado ante la
enseñanza de la lengua oral y en la lamentación generalizada de que su alumno
no sabe expresarse. La complejidad de la adquisición de competencias orales y
la falta de bases teóricas para su análisis explican la necesidad creciente de
dar respuesta a esta problemática.
Esta situación contrasta con las concepciones
que existen sobre la lengua escrita. Si bien también encontramos en este ámbito
una serie de problemas, no son del mismo calibre. Todos los profesores, saben
que la lengua escrita está sujeta a normas y a modelos establecidos. La larga
tradición de los estudios filológicos toma como objeto de estudio los textos
escritos, y éstos se erigen como modelo del bien hablar en las gramáticas
pedagógicas. La producción y la interpretación de textos escritos está
constantemente presente en el trabajo académico formal: enseñar a leer y a
escribir es tradicionalmente tarea propia y específica de la institución escolar,
y lo que la sociedad espera de ella. Con independencia de la mayor o menor
fortuna con que se logra que los estudiantes consigan una competencia en la escritura,
los modelos y los objetivos están claros.
Probablemente, una
de las claves de esta desorientación con respecto al tratamiento de la lengua
oral en la enseñanza tenga sus raíces en el escaso valor que se ha dado al
conocimiento de la realización oral de la lengua.
Nuestras mismas
apreciaciones como profesores nos traicionan. Por una parte, decimos que los
niños llegan a la escuela sabiendo hablar. Aceptamos esta afirmación pero no
nos preguntamos que tipo de competencia muestran, ni sabemos distinguir el tipo
de situaciones que pueden resolver con fortuna y los tipos de situaciones en
que su saber queda limitado y restringido, creándoles problemas de comunicación
y convirtiéndose en objeto de sanción por parte de sus profesores. Con lo cual,
el niño que llega a la escuela sabiendo hablar es calificado años después como
adolescente escolarizado que "no sabe hablar, no sabe expresarse, no es
coherente, usa muletillas y términos coloquiales, etc."
¿Cómo se puede resolver la
contradicción que entraña nuestro juicio?
Para saber describir el grado de competencia oral de un hablante no es necesario acceder a una serie de
supuestos y de categorías que nos permita comprender y conocer el uso de la
lengua oral. Y para intervenir de forma eficaz en el perfeccionamiento y el
progreso de este uso, debemos conocer la manera de abordar su análisis.
Marco teórico para
el discurso oral.
El primer
interrogante que nos plantea es dónde situar el estudio del discurso oral
dentro de las ciencias del lenguaje. Especialmente, por que ha sido un tipo de
estudio que aunque en la cultura educativa occidental (antigua y medieval)
había merecido un lugar prominente en la retórica ––junto a la gramática y la lógica––, en la
época contemporánea ha desaparecido prácticamente de las aulas. Y eso es tanto
más grave cuanto que en las democracias
occidentales el saber hablar es uno de
los elementos fundamentales para convencer y para negociar, y la comunicación
oral de masas alcanza a todos los ciudadanos a través de la radio y de la
televisión.
Debemos al
estructuralismo lingüístico el hecho de que haya puesto de relieve el carácter
oral consustancial a toda lengua. La filología, al reducirse a conocimiento y
análisis de los textos escritos, no había prestado atención a la oralidad y
había contribuido a formar un estado de opinión en el cual todo lo que se
refiere a la oralidad es inaceptable,
desorganizado, errático y corrupto. Así pues, con el estructuralismo llega la
distinción entre lengua y habla, es decir, la distinción entre lo que es el
sistema y lo que es su realización concreta. Sin embargo, el desarrollo del
estructuralismo en sus ramas más influyentes puso énfasis en el estudio de la
estructura abstracta de las lenguas, su
descripción y su explicación, dejando para un momento posterior el estudio de
la realización concreta, entre otras razones, porque se consideró que sin el
conocimiento de esta estructura, que confiera sus condiciones de existencia a
toda realización, no era posible abordar el conocimiento del uso.
Afortunadamente, en
nuestro siglo ha habido un progreso crucial en el conocimiento del sistema
sígnico que son las lenguas humanas y diversas teorías han aportado modelos,
cada vez más refinados, que dan cuenta
de sus componentes y de sus características esenciales. Así es explicable que
en épocas más recientes y paralelamente una elaboración consistente de los problemas relacionados con la descripción y
la explicación de sistema, se haya desarrollado con fuerza el estudio de uso
lingüístico.
En una primera
aproximación podríamos establecer una diferenciación esquemática de niveles de
análisis, para aclarar el panorama general de la indagación lingüística:
nivel X nivel
Z
Lengua
Discurso
Estructura Uso
Sistema
Realización
Abstracción
Contextualización
Subyacente Manifiesto
Este esquema, por simple que sea, nos sirve de
punto de partida para comprender que la perspectiva del nivel que hemos llamado
Z aborda la explicación del uso lingüístico entendido como la selección que
hace el hablante de los elementos del sistema que tiene a su alcance, a fin de
cumplir el objetivo comunicativo que se propone en una situación determinada.
El estudio del uso ha sido abordado desde disciplinas científicas diversas que
no se restringen a lo que se considera estrictamente lingüística. De este modo,
el objeto material de los estudios sobre el lenguaje se ha extendido al uso
social y comunicativo de la lengua en su contexto, y el objeto formal ha tomado
modelos diferentes, de acuerdo con la perspectiva de cada disciplina. La
oralidad y la escritura se interpretan como modos de realización posibles de un
mismo sistema lingüístico, y se asocian al discurso contextualizado, que a su
vez es dependiente de cada entorno sociocultural. En el desarrollo de la
indagación sobre la lengua como comunicación contextualizada se ha pasado de
concebir el habla como un hecho de realización individual del sistema a
concebir el discurso como realización individual, por supuesto, pero sujeta a
las condiciones usuales de interacción comunicativa propias del entorno
cultural y de la situación comunicativa concreta. La posibilidad del uso
``idiosincrático" por parte del individuo queda desvanecida por el hecho
de que las habilidades comunicativas se adquieren en contacto con las formas de
vida comunicativa de cada cultura o subcultura, marcando éstas unas pautas
regulares para cualquier proceso discursivo, tanto oral como escrito.
Por otra parte,
está claro que las manifestaciones orales de la lengua están recibiendo en la
actualidad la atención que merecen y que, aunque no se pueda reconocer todavía
un único marco global teórico, las investigaciones que se están llevando a cabo
permiten empezar a tener un punto de referencia que proporcione seguridad en el
proceder docente. De entre las diversas disciplinas, encontramos principalmente
la etnografía de la comunicación iniciada por Gumperz y Hymes en los años
sesenta, que, a partir de sus conceptos del acontecimiento comunicativo y de la
competencia comunicativa, han permitido el desarrollo de las ideas funcionales
sobre la comunicación de Jakobson, enriqueciéndolas con aspectos culturales y cognitivos
necesarios para dar cuenta de la complejidad del hecho de la comunicación (ver
Duranti, 1985). Posteriores desarrollos de esta orientación han desembocado en
el análisis de la conversación, integrado en la sociolingüística interaccional
(ver Tusón, 1988 y Cots et al., 1990).
Estudios
sociológicos como el interaccionismo simbólico y la etnometodología han
permitido proporcionar un soporte sociocultural a la explicación de los
fenómenos orales, tal como se organizan en la vida social. La filosofía del
lenguaje de raíz anglosajona, con Wittgenstein, Austin, Searle y Grice, ha
puesto de relieve el uso del lenguaje como acción, y ha puesto las bases de la
pragmática en la teoría de los actos de habla y su significación (ver Levinson,
1983). La sociolingüística ha tenido en cuenta tanto el uso de las lenguas en
comunidades pluriculturales, como la correlación que se puede establecer entre
la variación en el uso de determinados rasgos de la lengua y la existencia de
grupos sociales o comunidades que los mantienen como signo de su propia
identidad. No quisiera cansar a los lectores con esta insistencia enumerativa,
pero tampoco puedo dejar de nombrar la teoría de la enunciación desarrollada
por Bajtín y por Benveniste (ver Cervoni, 1987), ni la lingüística textual
desarrollada en Europa a partir de Schmidt, van Dijk y De Beaugrande (ver
Bernárdez, 1982). En conjunto, hay bases suficientes para pensar que el estudio
de las manifestaciones orales de la lengua están siendo objeto de estudio tanto
por parte de las disciplinas mencionadas, como por los psicólogos cognitivos,
antropólogos, dialectólogos y especialistas en inteligencia artificial. El
desarrollo de las gramáticas funcionales y textuales así como los nuevos
planteamientos de la semántica muestran que la lingüística ha ido acogiendo
todos estos avances de otras disciplinas para dar cuenta de la diversidad de
aspectos que abarca el conocimiento de la actividad verbal humana. Funciones
socioculturales de la oralidad y de la escritura. Una vez situado el análisis y
el estudio del discurso oral y escrito, entendiendo que ambos son modos de
realización de un mismo sistema, se hace necesario revisar las características
y las funciones socioculturales que definen la actividad oral y la actividad
escrita. De hecho, así, lo que hacemos es acceder a una reflexión sobre el uso
lingüístico como comportamiento que afecta profundamente a la vida social. El
primer aspecto digno de resaltar desde esta perspectiva es que la oralidad es
una característica universal, que afecta
a todo lenguaje
humano. No ocurre lo mismo con la actividad escrita, que se restringe a
determinadas comunidades y culturas. Los que hemos crecido en culturas como la
nuestra, en la que tanto funciona la oralidad como la escritura, ambas
funcionan en un grado progresivo de variación y especificidad. En las culturas
habladas, todos los acontecimientos de la vida social tienen su representación
simbólica a través de la actividad oral. La memoria tiene un papel
importantísimo, porque todo el saber de la comunidad y la herencia cultural se
recrea, se distribuye y se mantiene a través de interacciones muy ritualizadas
(ver Ong, 1982), con lo que el modo de realización oral adquiere una
significación social de alcance variado y total.
La comunicación
oral es el eje de la vida social de toda comunidad. Todo tipo de transacciones
se llevan a cabo por esta vía y en ellas toman sentido y se configuran las
formas de vida. Los etnometodólogos afirman que las diversas situaciones de
comunicación no son solamente un reflejo de la vida social sino que ellas
mismas son el locus en donde ésta se recrea y se desarrolla, con todas sus
características y conflictos.
Por otro lado,
también es un hecho universal que, tanto en la ontogenia como en la filogenia,
la oralidad es cronológicamente anterior a la escritura. Por tanto, la oralidad
en la lengua se constituye como un comportamiento generalizado y primordial,
insustituible para la supervivencia y para el desarrollo de la vida social
(ver Stubbs, 1980). La oralidad, sin embargo,
puede tomar muchas formas; es obvio que los usos orales de las sociedades no
letradas han de responder a todas las necesidades sociales, y que, al mismo
tiempo, las limitaciones situacionales de la emisión oral restringen el alcance
de su actuación (emisión fónica, importancia de la comunicación por el oído).
En sociedades como las occidentales donde se conjuga el uso oral y el uso
escrito de la lengua, el uso oral forma parte de un continuum que va de las
comunicaciones orales cotidianas más inmediatas, espontáneas e informales,
guiadas por una finalidad utilitaria o de convivencia —a través de normas de
cortesía como los saludos y las despedidas, los agradecimientos, las
presentaciones, etc.—, a otro tipo de comunicaciones que pueden ser cada vez más
elaboradas en cuanto a su contenido, más formales, y dirigidas a un público
amplio (desconocido o conocido). A todo esto se ha de añadir la existencia de
la tecnología de la telecomunicación y de la grabación en cinta de todo tipo de
emisiones orales. En nuestra cultura hay muchas formas orales que exigen una
fuerte ritualización y habilidades variadas: por ejemplo, las entrevistas con
especialistas en una materia o con autoridades, con los que podemos tener una
relación distante y jerárquica. La exposición de un tema (en clases
magistrales, en una intervención en una asamblea —de estudiantes, de
parlamentarios, de trabajadores—. La conferencia, en la que un experto en una
cuestión expone sus conocimientos y su postura a un auditorio. El mitin, el
sermón, la mesa redonda, el debate, etc. Son ejemplos de situaciones
comunicativas que están condicionadas por aspectos que se relacionan con el
tipo de interlocutores, con las relaciones entre ellos, con la intención y la
finalidad del que debe hablar, con su formación y preparación, etc. Todas ellas
implican un conjunto de estrategias específicas que hay que aprender y que no
sólo afectan a la actividad verbal sino al comportamiento psicológico, el
conocimiento del mundo y la socialización, así como a otros códigos no
verbales, como el gestual, y a rasgos paralingüísticos como la voz y la
entonación. En la base de estas muestras o tipos de discurso establecidos,
tienen lugar actos de habla que dependen de la intención de la emisión verbal:
hacer una demanda, defender una postura, justificar un comportamiento,
demostrar , proporcionar argumentos, persuadir y convencer, dar cuenta de que
se posee un saber, etc. La adecuación a cada componente de una situación
comunicativa (1) es lo que resulta en un perfil y una estructura de mensaje.
Estos hechos y su descripción dan razón de la generalización y la ambigüedad
con que usamos la expresión "saber hablar" y de la necesidad de tener
unos criterios de clasificación de las situaciones comunicativas, sobre la base
de las condiciones que las hacen posibles.
La escritura es,
como hemos dicho anteriormente, un modo de realización del sistema lingüístico
que no es universal y, en el sentido cronológico de manifestación secundaria.
Ahora bien, en las sociedades en que se usa, va adquiriendo funciones
diferenciales ante la oralidad, tales que acaban por adquirir un prestigio
superior a las de las emisiones orales, en primer lugar, supone una ampliación de las
actividades discursivas. Autores como Goody (1977), que ha estudiado en profundidad
el impacto de la lengua escrita en las sociedades que acceden a ella, sintetiza
sus efectos en dos rasgos esenciales: el cambio de estilo cognitivo y de modelo
de organización social. El hecho de que la escritura garantice la conservación de la memoria histórica deriva en la posibilidad de análisis, de
crecimiento del saber, de crítica y de abstracción. La lengua escrita se
especializa en ser vehículo de la ciencia, la técnica, la mayoría de los
géneros literarios, la filosofía, el derecho, etc. preservando todas las
manifestaciones de la cultura y permitiendo tanto su revisión crítica como su
divulgación. Por otro lado, las sociedades occidentales con desarrollo
tecnológico y organización burocrática convierten la escritura en pilar de su
organización y de las transacciones que
se llevan a cabo. Para que tengan validez pública y oficial todos los acuerdos
concertados oralmente deben quedar por escrito, así como el hecho de nacer,
morir, casarse o comprometerse a un trabajo. Por estas razones, el uso oral,
que por ser un modo de realización primaria y universal, podría ser considerado
como superior y prioritario, queda superado en cuento a prestigio y valoración
social por el uso escrito. La institución escolar recoge esta valoración,
reproduciendo actitudes y creencias sociales que llevan a extender la noción de
que la lengua oral es variada y poco fiable mientras que la lengua escrita
canaliza la vida social y cultural y proporciona solidez y definición a la
propia lengua. En consecuencia, no sólo se obtiene que el modelo
de la lengua escrita es el que usan los profesores como punto de referencia
para sus juicios críticos con respecto a la capacidad verbal de sus alumnos,
sino que, en último término , la institución escolar distribuye a los ciudadanos
de forma estratificada según su dominio de la lengua escrita, ya que, en la
práctica, es el medio lingüístico que se exige para dar cuenta de los conocimientos
adquiridos.
Adquisición y desarrollo de la lengua oral.
Desde la
perspectiva de la adquisición de la lengua ya hemos comentado que el modo de
realización oral es el que proporciona el primer sistema lingüístico, el
básico. Gramáticos y psicolingüístas coinciden
en afirmar que las estructuras sintácticas se adquieren hacia los seis
años y que las disfunciones que muestran los hablantes a partir de esa edad no son de tipo nuclear
sino periférico. Si consideramos que la sintaxis es el componente central que
proporciona estructura y organización a
la lengua y que ésta se ha adquirido en el modo de realización oral, habrá
razón en convenir que en los inicios de su edad escolar el niño "sabe
hablar". Pero si tenemos en cuenta los parámetros de la comunicación, el
niño empieza entonces, sobre la base de su primera competencia, un largo proceso
de adquisición de nuevos sistemas –entre ellos el escrito––que están
relacionados con situaciones de comunicación más formales y que requieren un
aprendizaje sistemático y una mayor elaboración. Nos hemos de preguntar
necesariamente por el tipo de situaciones en que el niño es capaz de resolver
con éxito sus necesidades de comunicación. Si se hiciera este análisis se
constataría que la adquisición de la competencia lingüística está íntimamente
relacionada con las funciones comunicativas más usuales en la infancia
(Halliday, 1975), con el tipo de situaciones de comunicación a las que el
hablante ha sido expuesto en su primera edad, y con el tipo de estímulos
verbales que ha encontrado en su entorno más inmediato. Si tomamos como
referencia la entrada en la institución escolar, a partir de entonces el niño
va a ir progresivamente extendiendo su presencia en situaciones comunicativas
nuevas con las que tendrá que irse familiarizando para poder adaptarse a ellas,
en un largo proceso de socialización y de adquisición de conocimientos. En este
sentido, su progreso en el hablar está íntimamente ligado al desarrollo de su
capacidad discursiva que, al complicarse, comporta dificultades y nuevas
estrategias. La responsabilidad de la escuela es, en primer lugar, reconocer que
el niño llega a ella con una competencia adquirida, tanto lingüística Como
discursiva. Y a partir de ella, la labor del profesorado es la de ampliar,
desarrollar y activar de forma flexible ambas competencias, introduciéndole en
situaciones comunicativas que requieren unas condiciones determinadas de
realización a las que el niño debe ir adaptándose. El puente que hay que tender
entre la situación inicial de cada niño y la situación que debe lograr al final
de la educación obligatoria es el reto de la educación lingüística. De hecho,
se aprende en el ejercicio de la actividad discursiva. El entrenamiento oral, a
medida que va avanzando la edad, es paralelo al entrenamiento en habilidades de
escritura, pero su funcionalidad ha de ir adquiriendo características propias
adecuadas a la situación. El hecho de tomar la palabra para hacer
intervenciones largas; el hecho de hablar ante adultos no familiares; el hecho
de dirigirse a un público amplio y no al corro de amigos; el hecho de dar
cuenta de los conocimientos interiorizados explicitándolos de forma coherente,
son algunas muestras de las demandas de discurso que se dan normalmente en el
ámbito escolar.
Podríamos pensar
que el primer aprendizaje lingüístico es ``natural' y el que se da en edad
escolar es ``artificial" y, en cierto modo, impuesto. Yo prefiero verlo
desde otra perspectiva: el aprendizaje lingüísticodiscursivo es cultural desde
el principio. Biológicamente, el ser humano está equipado con un ``programa
genético" que le permite adquirir un sistema de signos complejo, en un
lapso relativamente corto de tiempo, si se garantiza el debido contacto social.
Pero en la medida en que el ser humano, cuando nace, todavía es muy dependiente
y su situación muy precaria, su crecimiento y desarrollo va íntimamente ligado
al contexto sociocultural. Con esto queremos llamar la atención respecto a la
dicotomía que se establece generalmente respecto a la adquisición del modo oral
y el modo escrito: más ``natural", en el primer caso; más
``artificial", en el segundo. Nuestra postura al respecto arranca de una
posición interaccionista, tal como defienden psicólogos como Vygotski y Luna y
antropólogos como Geertz, por la cual, tanto la adquisición de la competencia
oral como de la escrita está igualmente condicionada por prácticas culturales
presentes en el medio en que la persona crece y se desenvuelve.
Base común y diferencias entre el discurso oral y el
discurso escrito
Cuando lo que nos
interesa es identificar rasgos que diferencian el modo escrito y el modo oral
debemos partir de aspectos que uno y otro comparten, por ser estos tan
fundamentales. Por lo que hemos venido exponiendo hasta aquí, ambos modos son
realizaciones de un mismo sistema lingüístico y además, están sometidos a
condiciones que se derivan del contexto de la sociedad y de la cultura. Al
mismo tiempo, ambos modos tienen una configuración dialógica (Bajtín): se
constituyen siempre como modos que tienen una finalidad comunicativa, y en los
que la interacción entre entidades emisoras y receptoras constituye su realidad
básica. Finalmente, en un mismo individuo y a lo largo de la vida lingüística
del hablante, uno y otro modo son interdependientes y se influyen entre sí. En
la llegada a la madurez lingüística, una persona es capaz de seleccionar, de
modo apropiado a la situación de comunicación, todos aquellos elementos
verbales y no verbales que permiten una acción comunicativa eficaz y orientada
a una finalidad. Una vez asumidos estos aspectos fundamentales podemos abordar
el análisis de las diferencias entre la actividad discursiva oral y escrita, no
sin antes subrayar el hecho de que el criterio de oralidad y escritura no es
útil por sí solo para establecer estas diferencias, ya que hay otros factores
que pueden ser más relevantes, principalmente los criterios de ``grado de
formalidad, ``grado de elaboración de la información' y `grado de implicación
interpersonal".
Estudios que tienen
como objeto de atención el discurso como los de Abercrombie (1965), Gumperz
(1982), Stubbs (1983), Perera (1984), Chafe (1982), Tannen (1982), Scinto
(1986), aportan la novedad de que su análisis se ha aplicado tanto a
producciones de hablantes expertos como de hablantes corrientes, especialmente
porque se han abierto al examen de datos naturales de comunicación en su contexto.
Dados los numerosos tipos de comunicaciones orales y escritas existentes en una
sociedad, tomaremos como referencia dos muestras polarizadas: la conversación
en la vida cotidiana y la prosa expositiva escrita. A través de esta
polarización podremos ver con mayor claridad los rasgos que definen cada uno de
los dos tipos, y los posibles estadios o graduaciones intermedias que es
posible encontrar en otros tipos de discurso.
La conversación
La diferencia más
sustanciosa de la conversación está en el ámbito de la situación de
enunciación. Esta incluye la presencia física de los interlocutores y que éstos
compartan un espacio y un tiempo que son propios de la interacción social. Este
punto de partida tiene consecuencias variadas: Se usa el código oral, constituido
por elementos sonoros —los sonidos de cada lengua— que pueden matizarse con
contornos entonacionales, el tono, la voz y la regulación del silencio. En
principio y de por sí, la emisión sonora, al no tener una dimensión espacial
sino temporal, y al producirse a través de ondas, no permanece si no es con la
asistencia de recursos tecnológicos de registro y grabación audiovisual.
El código verbal no
es el único que funciona: va acompañado de otros que proporcionan sentido a la
conversación. Los códigos cinéticos y proxémicos determinan o apoyan la
significación de un intercambio comunicativo: gestos, expresiones de la cara,
miradas, posturas y movimientos, distancia y contacto entre interlocutores, son
otros tantos ejemplos del valor que adquieren otros códigos en la conversación.
El hecho de que los
interlocutores compartan el tiempo les obliga a cooperar en la construcción de
la conversación, llenando sus espacios comunicativos mientras ésta perdura.
Ello implica una cierta rapidez en las intervenciones, que suelen ser
improvisadas y espontáneas. Chafe (1982) señala que los hablantes despliegan
estrategias de improvisación ya que el proceso de elaboración lingüística y su
resultado casi coinciden.
Compartir el lugar
de comunicación, además del tiempo, proporciona este carácter de inmediatez y,
al compartir el entorno físico, no se han de explicitar tantos elementos porque
se sobreentienden por contexto. El espacio, por otro lado, está definido
socioculturalmente y ello permite predecir el tipo de interacción o de ritual
propio de cada conversación: será muy distinta la conversación que se da en un
bar, en una sala de dirección de una empresa, o en un puesto del mercado. Las
características de los interlocutores afectan de forma variada el discurso
hablado. En primer lugar, la edad, origen, sexo, nivel de instrucción, cultura
o subcultura a la que pertenecen, etc. En segundo lugar, el tipo de relación
que se establece entre ellos (grado de conocimiento mutuo, de intimidad, de
confianza, de jerarquía). En tercer lugar, el ``conocimiento del mundo"
compartido. Y por último, el grado de implicación de cada uno en el tema de la
conversación.
Analistas de la
conversación como Sacks, Schegloff y Jefferson, Goffman, Gumperz, Roulet y
Charaudeau coinciden en indicar el carácter social e interactivo de la
conversación, que se constituye como un acto de comunicación plurigestionado:
son varias las voces que construyen el significado conversacional. Tanto la
apertura como el cierre de esta situación comunicativa está regida por las
normas sociales de la cortesía y regulada por el ritmo alternado de los turnos
de palabra.
Elementos de la textualización
El hablante que se
enfrenta con esta situación de comunicación lleva a cabo una serie de
elecciones, a diversos niveles, que se manifiestan en unas formas y marcas
lingüísticas, con apoyo considerable de elementos no lingüísticos
(situacionales y cognitivos). El carácter dialógico del discurso encuentra en
la conversación su exponente más claro y simple. El diálogo es inmediato y
local, con capacidad de respuesta in situ.
El hablante puede
escoger la lengua, la variante —geográfica y social— y el registro más apropiado
para la comunicación, e incluso puede alternar lenguas o variantes para lograr
una mayor expresividad o eficacia.
La gramática del
coloquio tiene particularidades: su unidad de análisis no es la oración sino el
enunciado. El peso de la prosodia es muy importante para orientar el
significado o potenciarlo, ya que a través de la entonación y el énfasis se
regula la tematización. La mayoría de los investigadores señalan el predominio
de las relaciones paratácticas entre los enunciados o las unidades
informativas. De este modo, se puede decir que las relaciones de coordinación y
de yuxtaposición son las más usadas. Sin embargo, Hailiday (1985) indica la
relativa complicación sintáctica del discurso oral, debido a la escasa densidad
léxica y a la profusión de repeticiones, paráfrasis y redundancias. La
modalidad de los enunciados suele ser predominantemente expresiva y conativa,
con presencia abundante de órdenes, exclamaciones y preguntas.
La inmediatez de la
producción verbal y su resultado genera que en el discurso haya falsos inicios
o discordancias que tengan su origen en los distintos ritmos del proceso mental
y el proceso de textualización, si podemos llamarlos así. O que se utilicen
formas que sólo sirven para llenar vacíos, mientras no se tiene a punto la
secuencia siguiente que se quiere expresar: « bueno, pues, o sea, entonces; o
cuando se quiere terminar una secuencia y no se sabe muy bien cómo: «y tal, y
eso, y todo». El alargamiento de vocales: «laaaa especialista dijo:», o
consonantes: « mmmmmm», también cumplen esta función de relleno sonoro,
necesidad que parece crearse cuando se tiene la palabra: sólo se puede soportar
o controlar una pausa silenciosa cuando se tiene un gran dominio de la oralidad
y se sabe usar con efecto comunicativo. La utilización de adverbios como
«generalmente, naturalmente, evidentemente», cumplen también esta función.
La coincidencia de
los hablantes en el mismo espacio y tiempo permite la referencia exofórica sin
ambigüedades: «hoy, aquí, éstas, aquello». El conocimiento compartido (los
marcos de referencia socioculturales presentes en la mente del hablante –– los
scripts, Shank y Abelson, 1977 ––; la enciclopedia o acumulación de saber sobre
la realidad) da pie a que se dejen de explicitar muchos elementos de la
significación que se interpretan a través de procesos de inferencia basados en
las presuposiciones que hace el que habla o las implicaturas que hace el
oyente. Esto explica que se produzcan actos indirectos de habla sobreentendidos
que son precisamente objeto de análisis específico de los que estudian la
construcción y la transmisión del sentido en la conversación. Lo que se dice y
lo que no se dice está en relación
directa con el grado de coincidencia de experiencias y de conocimientos entre
los interlocutores. El mundo situacional y cognitivo forma parte y es condición
del desarrollo comunicativo de la conversación.
Otros elementos del
texto dependen de la relación entre los interlocutores: las formas de
tratamiento y de llamar la atención:"eh! tú! tio! usted, oiga". Los
pronombres de primera y segunda persona como elementos fundamentales de la
enunciación (Benveniste, 1970). La continua apelación al interlocutor: para constatar que sigue el
hilo o que está atento: "¿vale? ¿Eh? ¿Me entiendes? ¿Sabes que quiero
decir o no? " o para introducir una nueva secuencia: " a ver:",
"mira".
En conjunto la
conversación es una de las muestras más universales y primordiales de la
comunicación humana y en ella tienen su raíz las posibles elaboraciones
posteriores. De ahí que sea tan importante conocer y hacer explícitas sus
características, sus normas y el comportamiento del hablante cuando se
encuentra en esta situación. Como hemos visto, es un acto multidimensional
que acoge una diversidad de elementos
que aportan significación: tanto verbales como no verbales.
La prosa
expositiva escrita
En la escritura la
situación de enunciación no es compartida por los interlocutores. Este hecho
sitúa en otra perspectiva la relación entre ellos. Desaparece la inmediatez de
la comunicación y se desvanece la posibilidad de que actúen códigos que no sean
los estrictamente gráficos (márgenes, columnas, títulos, párrafos, etc.) y de
representación lingüística (el sistema gráfico que representa los fonemas de
una lengua). La materia gráfico visual es la que se encarga de la
representación de la significación. El escritor produce su texto en solitario y
necesita unas condiciones específicas de
la situación de escritura: concentración y silencio. La producción tiene un
tiempo propio, separado del tiempo de la comunicación; ello permite al que
escribe centrarse en la elaboración del texto y llevar a cabo una actividad
reflexiva de planificación, organización y revisión. Por esta razón, psicólogos como Vygotski o
Flower y Hayes, que han estudiado los procesos de la producción textual escrita
(ver Cassany, 1989) señalan su carácter intelectual y su papel en el desarrollo
de las facultades mentales superiores.
Otro aspecto que se
deriva de la situación de enunciación escrita es que el producto es un texto
autónomo, que contiene el significado y su contexto en sí mismo. El escritor ha
de crear el contexto necesario para hacerlo comprensible, el mensaje enunciado
ha de contener una información relativamente más completa y explícita. En
cuanto a la relación entre los interlocutores, se ha de considerar que aunque
el receptor de la comunicación no está presente en el momento de la
enunciación, el que escribe lo evoca mentalmente, y al hacerlo, le dota de unas características
concretas que guían la elaboración de su mensaje. Lo que caracteriza de forma
más típica el texto escrito es que puede hacerse público y que puede acceder a
interlocutores desconocidos por el autor y distantes en el espacio y en el
tiempo. Sin embargo, el texto escrito no está exento de presuposiciones y
sobreentendidos que dependen del perfil del emisor y el receptor evocado y de
los fines comunicativos. Este conjunto de características tiene como
consecuencia la despersonalización del contenido, convirtiéndose éste en el
foco de atención de la prosa expositiva, con una función eminentemente
referencial.
Finalmente, queda
de manifiesto que el texto escrito es un
producto monogestionado. El autor es el responsables del texto y es él quien a
partir de una finalidad comunicativa se ciñe a un determinado tipo de texto
(ver Adam, 1985) y lo planifica siguiendo la estructura convencional
establecida por la tradición cultural en la que se inscribe.
Elementos de la textualización
La independencia
del texto escrito y la posibilidad de difusión pública implica que el escritor
se adapta a la variedad estándar de la lengua escogida corno medio de
transmisión. Esta variedad, que tiene rasgos sociales y geográficos y que
depende de una intervención externa al comportamiento habitual de los hablantes
en su uso oral, se distingue por tener unas convenciones claramente
establecidas a través de unas normas ortográficas y gramaticales, y de un
registro común que está despojado de coloquialismos y de localismos.
En el uso escrito
de la lengua, la unidad gramatical se conforma según el modelo oracional
(Kress, 1982) y la sintaxis tiende a seguir la ordenación canónica, al tiempo
que se despliega y se explicita. La información está más integrada y, en
consecuencia, la sintaxis se distingue por ser trabada, hipotáctica. Predomina
la modalidad enunciativa de las oraciones. La densidad léxica se eleva porque a
través de ella se precisa y se especifica la información ideacional. Los
elementos necesarios para conseguir la coherencia y la cohesión textual se
ponen en juego a partir de la correferencia endofórica, la concatenación léxica
y los nexos (Hailiday y Hasan, 1976). No es apropiado ser repetitivo ni
redundante, y el texto se da en una versión final, pulida, porque se le supone
un tiempo de planificación y de revisión.
El contenido
informativo aparece despersonalizado y ello se muestra en el uso de
construcciones impersonales o pasivas, en el uso de la primera persona que
tiende a pasar a un plural despersonalizador: «como hemos visto,
distinguiremos,» en la utilización de la tercera persona, que según Benveniste
es la adecuada para la referencia externa a la situación de enunciación
hablada. También hay menos implicación del autor en el tema que escribe,
demostrando cautela y prudencia en sus afirmaciones: citando autoridades en la
materia o argumentando sus afirmaciones.
Por último, aunque
el interlocutor de un texto escrito no tiene un papel directo en la producción
del texto, sí lo tiene de forma indirecta. Van Dijk pone de relieve que un
texto no es del todo completo ni del todo explícito, porque en él se ponen en
juego conocimientos y prácticas culturales que se dan como supuestas y que
obligan a una actividad interpretativa por parte del receptor de la
comunicación, el lector, en este caso.
Para concluir,
quisiéramos llamar la atención sobre la necesidad de avanzar en el análisis y
la reflexión sobre los aspectos del discurso oral y sus conexiones y
divergencias funcionales con el escrito. A modo de síntesis y también de
sugerencia, desde la perspectiva de la enseñanza, resaltaremos algunos aspectos
que se ponen de relieve a partir de que reconocemos que el uso lingüístico
forma parte de la acción social y de que aceptamos que, como actividad, la
mejor manera de aprenderla es ejercitándola. Por una parte, hay que conocer los
ámbitos de comunicación que actualmente un centro educativo promueve y
proporciona. Solamente a través de actividades comunicativas estimulantes y
dotadas de una finalidad clara los individuos despliegan todas las estrategias
necesarias para su progreso en la competencia oral. Por esta razón, quizás los
modos de relación tradicionales en los centros educativos requieran una
revisión y renovación profundas. Por otra parte, también es importante
plantearse como objetivo aumentar la percepción y la sensibilidad respecto al
uso oral. La actuación de los jóvenes y de los adultos en el centro escolar
puede ser objeto de atención, observación, análisis y valoración. La actividad,
de un lado, y su examen reflexivo, por otro, puede proporcionar una guía
positiva para orientar la preparación de adultos competentes en situaciones
diversas de comunicación, hecho que, al mismo tiempo, les permitirá extender su
espacio cultural.
(*) Helena
Calsamiglia Blancafort Profesora de
Análisis del Discurso en la Universitat Pompeu Fabra de Barcelona helena.calsamiglia@trad.upf.es
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