EL ESTUDIO DEL DISCURSO ORAL
Signos. Teoría y
práctica de la educación, 12 Página
18/28 Abril - Junio de
1994 ISSN 1131-8600
USOS ORALES
HELENA CALSAMIGLIA*
Al abordar el
planteamiento del trabajo de la lengua oral en la enseñanza nos encontramos con
un problema que presenta distintas facetas: en primer lugar, la que se deriva
de la concepción que tiene el profesor sobre la cuestión. Lo que está en la
mente del profesor tiene una repercusión crucial en la manera de plantear su
trabajo, ya que subyace a todo su quehacer orientativo y a toda intervención
pedagógica. Las bases de esta mentalidad no son, sin embargo, singulares en
cada profesional de la enseñanza, sino que se alimentan de la formación
recibida en los centros universitarios y de concepciones académicas ampliamente
extendidas. Esta es otra de las facetas que debería revisarse críticamente
para, o bien seguir aceptando una manera de entender el uso oral de la lengua porque demuestra su eficacia, o
bien sustituirla por otras que se demuestren más operativas. Por último, no es
necesario entretenernos en la impotencia que manifiesta el profesorado ante la
enseñanza de la lengua oral y en la lamentación generalizada de que su alumno
no sabe expresarse. La complejidad de la adquisición de competencias orales y
la falta de bases teóricas para su análisis explican la necesidad creciente de
dar respuesta a esta problemática.
Esta situación contrasta con las concepciones
que existen sobre la lengua escrita. Si bien también encontramos en este ámbito
una serie de problemas, no son del mismo calibre. Todos los profesores, saben
que la lengua escrita está sujeta a normas y a modelos establecidos. La larga
tradición de los estudios filológicos toma como objeto de estudio los textos
escritos, y éstos se erigen como modelo del bien hablar en las gramáticas
pedagógicas. La producción y la interpretación de textos escritos está
constantemente presente en el trabajo académico formal: enseñar a leer y a
escribir es tradicionalmente tarea propia y específica de la institución escolar,
y lo que la sociedad espera de ella. Con independencia de la mayor o menor
fortuna con que se logra que los estudiantes consigan una competencia en la escritura,
los modelos y los objetivos están claros.
Probablemente, una
de las claves de esta desorientación con respecto al tratamiento de la lengua
oral en la enseñanza tenga sus raíces en el escaso valor que se ha dado al
conocimiento de la realización oral de la lengua.
Nuestras mismas
apreciaciones como profesores nos traicionan. Por una parte, decimos que los
niños llegan a la escuela sabiendo hablar. Aceptamos esta afirmación pero no
nos preguntamos que tipo de competencia muestran, ni sabemos distinguir el tipo
de situaciones que pueden resolver con fortuna y los tipos de situaciones en
que su saber queda limitado y restringido, creándoles problemas de comunicación
y convirtiéndose en objeto de sanción por parte de sus profesores. Con lo cual,
el niño que llega a la escuela sabiendo hablar es calificado años después como
adolescente escolarizado que "no sabe hablar, no sabe expresarse, no es
coherente, usa muletillas y términos coloquiales, etc."
¿Cómo se puede resolver la
contradicción que entraña nuestro juicio?
Para saber describir el grado de competencia oral de un hablante no es necesario acceder a una serie de
supuestos y de categorías que nos permita comprender y conocer el uso de la
lengua oral. Y para intervenir de forma eficaz en el perfeccionamiento y el
progreso de este uso, debemos conocer la manera de abordar su análisis.
Marco teórico para
el discurso oral.
El primer
interrogante que nos plantea es dónde situar el estudio del discurso oral
dentro de las ciencias del lenguaje. Especialmente, por que ha sido un tipo de
estudio que aunque en la cultura educativa occidental (antigua y medieval)
había merecido un lugar prominente en la retórica ––junto a la gramática y la lógica––, en la
época contemporánea ha desaparecido prácticamente de las aulas. Y eso es tanto
más grave cuanto que en las democracias
occidentales el saber hablar es uno de
los elementos fundamentales para convencer y para negociar, y la comunicación
oral de masas alcanza a todos los ciudadanos a través de la radio y de la
televisión.
Debemos al
estructuralismo lingüístico el hecho de que haya puesto de relieve el carácter
oral consustancial a toda lengua. La filología, al reducirse a conocimiento y
análisis de los textos escritos, no había prestado atención a la oralidad y
había contribuido a formar un estado de opinión en el cual todo lo que se
refiere a la oralidad es inaceptable,
desorganizado, errático y corrupto. Así pues, con el estructuralismo llega la
distinción entre lengua y habla, es decir, la distinción entre lo que es el
sistema y lo que es su realización concreta. Sin embargo, el desarrollo del
estructuralismo en sus ramas más influyentes puso énfasis en el estudio de la
estructura abstracta de las lenguas, su
descripción y su explicación, dejando para un momento posterior el estudio de
la realización concreta, entre otras razones, porque se consideró que sin el
conocimiento de esta estructura, que confiera sus condiciones de existencia a
toda realización, no era posible abordar el conocimiento del uso.
Afortunadamente, en
nuestro siglo ha habido un progreso crucial en el conocimiento del sistema
sígnico que son las lenguas humanas y diversas teorías han aportado modelos,
cada vez más refinados, que dan cuenta
de sus componentes y de sus características esenciales. Así es explicable que
en épocas más recientes y paralelamente una elaboración consistente de los problemas relacionados con la descripción y
la explicación de sistema, se haya desarrollado con fuerza el estudio de uso
lingüístico.
En una primera
aproximación podríamos establecer una diferenciación esquemática de niveles de
análisis, para aclarar el panorama general de la indagación lingüística:
nivel X nivel
Z
Lengua
Discurso
Estructura Uso
Sistema
Realización
Abstracción
Contextualización
Subyacente Manifiesto
Este esquema, por simple que sea, nos sirve de
punto de partida para comprender que la perspectiva del nivel que hemos llamado
Z aborda la explicación del uso lingüístico entendido como la selección que
hace el hablante de los elementos del sistema que tiene a su alcance, a fin de
cumplir el objetivo comunicativo que se propone en una situación determinada.
El estudio del uso ha sido abordado desde disciplinas científicas diversas que
no se restringen a lo que se considera estrictamente lingüística. De este modo,
el objeto material de los estudios sobre el lenguaje se ha extendido al uso
social y comunicativo de la lengua en su contexto, y el objeto formal ha tomado
modelos diferentes, de acuerdo con la perspectiva de cada disciplina. La
oralidad y la escritura se interpretan como modos de realización posibles de un
mismo sistema lingüístico, y se asocian al discurso contextualizado, que a su
vez es dependiente de cada entorno sociocultural. En el desarrollo de la
indagación sobre la lengua como comunicación contextualizada se ha pasado de
concebir el habla como un hecho de realización individual del sistema a
concebir el discurso como realización individual, por supuesto, pero sujeta a
las condiciones usuales de interacción comunicativa propias del entorno
cultural y de la situación comunicativa concreta. La posibilidad del uso
``idiosincrático" por parte del individuo queda desvanecida por el hecho
de que las habilidades comunicativas se adquieren en contacto con las formas de
vida comunicativa de cada cultura o subcultura, marcando éstas unas pautas
regulares para cualquier proceso discursivo, tanto oral como escrito.
Por otra parte,
está claro que las manifestaciones orales de la lengua están recibiendo en la
actualidad la atención que merecen y que, aunque no se pueda reconocer todavía
un único marco global teórico, las investigaciones que se están llevando a cabo
permiten empezar a tener un punto de referencia que proporcione seguridad en el
proceder docente. De entre las diversas disciplinas, encontramos principalmente
la etnografía de la comunicación iniciada por Gumperz y Hymes en los años
sesenta, que, a partir de sus conceptos del acontecimiento comunicativo y de la
competencia comunicativa, han permitido el desarrollo de las ideas funcionales
sobre la comunicación de Jakobson, enriqueciéndolas con aspectos culturales y cognitivos
necesarios para dar cuenta de la complejidad del hecho de la comunicación (ver
Duranti, 1985). Posteriores desarrollos de esta orientación han desembocado en
el análisis de la conversación, integrado en la sociolingüística interaccional
(ver Tusón, 1988 y Cots et al., 1990).
Estudios
sociológicos como el interaccionismo simbólico y la etnometodología han
permitido proporcionar un soporte sociocultural a la explicación de los
fenómenos orales, tal como se organizan en la vida social. La filosofía del
lenguaje de raíz anglosajona, con Wittgenstein, Austin, Searle y Grice, ha
puesto de relieve el uso del lenguaje como acción, y ha puesto las bases de la
pragmática en la teoría de los actos de habla y su significación (ver Levinson,
1983). La sociolingüística ha tenido en cuenta tanto el uso de las lenguas en
comunidades pluriculturales, como la correlación que se puede establecer entre
la variación en el uso de determinados rasgos de la lengua y la existencia de
grupos sociales o comunidades que los mantienen como signo de su propia
identidad. No quisiera cansar a los lectores con esta insistencia enumerativa,
pero tampoco puedo dejar de nombrar la teoría de la enunciación desarrollada
por Bajtín y por Benveniste (ver Cervoni, 1987), ni la lingüística textual
desarrollada en Europa a partir de Schmidt, van Dijk y De Beaugrande (ver
Bernárdez, 1982). En conjunto, hay bases suficientes para pensar que el estudio
de las manifestaciones orales de la lengua están siendo objeto de estudio tanto
por parte de las disciplinas mencionadas, como por los psicólogos cognitivos,
antropólogos, dialectólogos y especialistas en inteligencia artificial. El
desarrollo de las gramáticas funcionales y textuales así como los nuevos
planteamientos de la semántica muestran que la lingüística ha ido acogiendo
todos estos avances de otras disciplinas para dar cuenta de la diversidad de
aspectos que abarca el conocimiento de la actividad verbal humana. Funciones
socioculturales de la oralidad y de la escritura. Una vez situado el análisis y
el estudio del discurso oral y escrito, entendiendo que ambos son modos de
realización de un mismo sistema, se hace necesario revisar las características
y las funciones socioculturales que definen la actividad oral y la actividad
escrita. De hecho, así, lo que hacemos es acceder a una reflexión sobre el uso
lingüístico como comportamiento que afecta profundamente a la vida social. El
primer aspecto digno de resaltar desde esta perspectiva es que la oralidad es
una característica universal, que afecta
a todo lenguaje
humano. No ocurre lo mismo con la actividad escrita, que se restringe a
determinadas comunidades y culturas. Los que hemos crecido en culturas como la
nuestra, en la que tanto funciona la oralidad como la escritura, ambas
funcionan en un grado progresivo de variación y especificidad. En las culturas
habladas, todos los acontecimientos de la vida social tienen su representación
simbólica a través de la actividad oral. La memoria tiene un papel
importantísimo, porque todo el saber de la comunidad y la herencia cultural se
recrea, se distribuye y se mantiene a través de interacciones muy ritualizadas
(ver Ong, 1982), con lo que el modo de realización oral adquiere una
significación social de alcance variado y total.
La comunicación
oral es el eje de la vida social de toda comunidad. Todo tipo de transacciones
se llevan a cabo por esta vía y en ellas toman sentido y se configuran las
formas de vida. Los etnometodólogos afirman que las diversas situaciones de
comunicación no son solamente un reflejo de la vida social sino que ellas
mismas son el locus en donde ésta se recrea y se desarrolla, con todas sus
características y conflictos.
Por otro lado,
también es un hecho universal que, tanto en la ontogenia como en la filogenia,
la oralidad es cronológicamente anterior a la escritura. Por tanto, la oralidad
en la lengua se constituye como un comportamiento generalizado y primordial,
insustituible para la supervivencia y para el desarrollo de la vida social
(ver Stubbs, 1980). La oralidad, sin embargo,
puede tomar muchas formas; es obvio que los usos orales de las sociedades no
letradas han de responder a todas las necesidades sociales, y que, al mismo
tiempo, las limitaciones situacionales de la emisión oral restringen el alcance
de su actuación (emisión fónica, importancia de la comunicación por el oído).
En sociedades como las occidentales donde se conjuga el uso oral y el uso
escrito de la lengua, el uso oral forma parte de un continuum que va de las
comunicaciones orales cotidianas más inmediatas, espontáneas e informales,
guiadas por una finalidad utilitaria o de convivencia —a través de normas de
cortesía como los saludos y las despedidas, los agradecimientos, las
presentaciones, etc.—, a otro tipo de comunicaciones que pueden ser cada vez más
elaboradas en cuanto a su contenido, más formales, y dirigidas a un público
amplio (desconocido o conocido). A todo esto se ha de añadir la existencia de
la tecnología de la telecomunicación y de la grabación en cinta de todo tipo de
emisiones orales. En nuestra cultura hay muchas formas orales que exigen una
fuerte ritualización y habilidades variadas: por ejemplo, las entrevistas con
especialistas en una materia o con autoridades, con los que podemos tener una
relación distante y jerárquica. La exposición de un tema (en clases
magistrales, en una intervención en una asamblea —de estudiantes, de
parlamentarios, de trabajadores—. La conferencia, en la que un experto en una
cuestión expone sus conocimientos y su postura a un auditorio. El mitin, el
sermón, la mesa redonda, el debate, etc. Son ejemplos de situaciones
comunicativas que están condicionadas por aspectos que se relacionan con el
tipo de interlocutores, con las relaciones entre ellos, con la intención y la
finalidad del que debe hablar, con su formación y preparación, etc. Todas ellas
implican un conjunto de estrategias específicas que hay que aprender y que no
sólo afectan a la actividad verbal sino al comportamiento psicológico, el
conocimiento del mundo y la socialización, así como a otros códigos no
verbales, como el gestual, y a rasgos paralingüísticos como la voz y la
entonación. En la base de estas muestras o tipos de discurso establecidos,
tienen lugar actos de habla que dependen de la intención de la emisión verbal:
hacer una demanda, defender una postura, justificar un comportamiento,
demostrar , proporcionar argumentos, persuadir y convencer, dar cuenta de que
se posee un saber, etc. La adecuación a cada componente de una situación
comunicativa (1) es lo que resulta en un perfil y una estructura de mensaje.
Estos hechos y su descripción dan razón de la generalización y la ambigüedad
con que usamos la expresión "saber hablar" y de la necesidad de tener
unos criterios de clasificación de las situaciones comunicativas, sobre la base
de las condiciones que las hacen posibles.
La escritura es,
como hemos dicho anteriormente, un modo de realización del sistema lingüístico
que no es universal y, en el sentido cronológico de manifestación secundaria.
Ahora bien, en las sociedades en que se usa, va adquiriendo funciones
diferenciales ante la oralidad, tales que acaban por adquirir un prestigio
superior a las de las emisiones orales, en primer lugar, supone una ampliación de las
actividades discursivas. Autores como Goody (1977), que ha estudiado en profundidad
el impacto de la lengua escrita en las sociedades que acceden a ella, sintetiza
sus efectos en dos rasgos esenciales: el cambio de estilo cognitivo y de modelo
de organización social. El hecho de que la escritura garantice la conservación de la memoria histórica deriva en la posibilidad de análisis, de
crecimiento del saber, de crítica y de abstracción. La lengua escrita se
especializa en ser vehículo de la ciencia, la técnica, la mayoría de los
géneros literarios, la filosofía, el derecho, etc. preservando todas las
manifestaciones de la cultura y permitiendo tanto su revisión crítica como su
divulgación. Por otro lado, las sociedades occidentales con desarrollo
tecnológico y organización burocrática convierten la escritura en pilar de su
organización y de las transacciones que
se llevan a cabo. Para que tengan validez pública y oficial todos los acuerdos
concertados oralmente deben quedar por escrito, así como el hecho de nacer,
morir, casarse o comprometerse a un trabajo. Por estas razones, el uso oral,
que por ser un modo de realización primaria y universal, podría ser considerado
como superior y prioritario, queda superado en cuento a prestigio y valoración
social por el uso escrito. La institución escolar recoge esta valoración,
reproduciendo actitudes y creencias sociales que llevan a extender la noción de
que la lengua oral es variada y poco fiable mientras que la lengua escrita
canaliza la vida social y cultural y proporciona solidez y definición a la
propia lengua. En consecuencia, no sólo se obtiene que el modelo
de la lengua escrita es el que usan los profesores como punto de referencia
para sus juicios críticos con respecto a la capacidad verbal de sus alumnos,
sino que, en último término , la institución escolar distribuye a los ciudadanos
de forma estratificada según su dominio de la lengua escrita, ya que, en la
práctica, es el medio lingüístico que se exige para dar cuenta de los conocimientos
adquiridos.
Adquisición y desarrollo de la lengua oral.
Desde la
perspectiva de la adquisición de la lengua ya hemos comentado que el modo de
realización oral es el que proporciona el primer sistema lingüístico, el
básico. Gramáticos y psicolingüístas coinciden
en afirmar que las estructuras sintácticas se adquieren hacia los seis
años y que las disfunciones que muestran los hablantes a partir de esa edad no son de tipo nuclear
sino periférico. Si consideramos que la sintaxis es el componente central que
proporciona estructura y organización a
la lengua y que ésta se ha adquirido en el modo de realización oral, habrá
razón en convenir que en los inicios de su edad escolar el niño "sabe
hablar". Pero si tenemos en cuenta los parámetros de la comunicación, el
niño empieza entonces, sobre la base de su primera competencia, un largo proceso
de adquisición de nuevos sistemas –entre ellos el escrito––que están
relacionados con situaciones de comunicación más formales y que requieren un
aprendizaje sistemático y una mayor elaboración. Nos hemos de preguntar
necesariamente por el tipo de situaciones en que el niño es capaz de resolver
con éxito sus necesidades de comunicación. Si se hiciera este análisis se
constataría que la adquisición de la competencia lingüística está íntimamente
relacionada con las funciones comunicativas más usuales en la infancia
(Halliday, 1975), con el tipo de situaciones de comunicación a las que el
hablante ha sido expuesto en su primera edad, y con el tipo de estímulos
verbales que ha encontrado en su entorno más inmediato. Si tomamos como
referencia la entrada en la institución escolar, a partir de entonces el niño
va a ir progresivamente extendiendo su presencia en situaciones comunicativas
nuevas con las que tendrá que irse familiarizando para poder adaptarse a ellas,
en un largo proceso de socialización y de adquisición de conocimientos. En este
sentido, su progreso en el hablar está íntimamente ligado al desarrollo de su
capacidad discursiva que, al complicarse, comporta dificultades y nuevas
estrategias. La responsabilidad de la escuela es, en primer lugar, reconocer que
el niño llega a ella con una competencia adquirida, tanto lingüística Como
discursiva. Y a partir de ella, la labor del profesorado es la de ampliar,
desarrollar y activar de forma flexible ambas competencias, introduciéndole en
situaciones comunicativas que requieren unas condiciones determinadas de
realización a las que el niño debe ir adaptándose. El puente que hay que tender
entre la situación inicial de cada niño y la situación que debe lograr al final
de la educación obligatoria es el reto de la educación lingüística. De hecho,
se aprende en el ejercicio de la actividad discursiva. El entrenamiento oral, a
medida que va avanzando la edad, es paralelo al entrenamiento en habilidades de
escritura, pero su funcionalidad ha de ir adquiriendo características propias
adecuadas a la situación. El hecho de tomar la palabra para hacer
intervenciones largas; el hecho de hablar ante adultos no familiares; el hecho
de dirigirse a un público amplio y no al corro de amigos; el hecho de dar
cuenta de los conocimientos interiorizados explicitándolos de forma coherente,
son algunas muestras de las demandas de discurso que se dan normalmente en el
ámbito escolar.
Podríamos pensar
que el primer aprendizaje lingüístico es ``natural' y el que se da en edad
escolar es ``artificial" y, en cierto modo, impuesto. Yo prefiero verlo
desde otra perspectiva: el aprendizaje lingüísticodiscursivo es cultural desde
el principio. Biológicamente, el ser humano está equipado con un ``programa
genético" que le permite adquirir un sistema de signos complejo, en un
lapso relativamente corto de tiempo, si se garantiza el debido contacto social.
Pero en la medida en que el ser humano, cuando nace, todavía es muy dependiente
y su situación muy precaria, su crecimiento y desarrollo va íntimamente ligado
al contexto sociocultural. Con esto queremos llamar la atención respecto a la
dicotomía que se establece generalmente respecto a la adquisición del modo oral
y el modo escrito: más ``natural", en el primer caso; más
``artificial", en el segundo. Nuestra postura al respecto arranca de una
posición interaccionista, tal como defienden psicólogos como Vygotski y Luna y
antropólogos como Geertz, por la cual, tanto la adquisición de la competencia
oral como de la escrita está igualmente condicionada por prácticas culturales
presentes en el medio en que la persona crece y se desenvuelve.
Base común y diferencias entre el discurso oral y el
discurso escrito
Cuando lo que nos
interesa es identificar rasgos que diferencian el modo escrito y el modo oral
debemos partir de aspectos que uno y otro comparten, por ser estos tan
fundamentales. Por lo que hemos venido exponiendo hasta aquí, ambos modos son
realizaciones de un mismo sistema lingüístico y además, están sometidos a
condiciones que se derivan del contexto de la sociedad y de la cultura. Al
mismo tiempo, ambos modos tienen una configuración dialógica (Bajtín): se
constituyen siempre como modos que tienen una finalidad comunicativa, y en los
que la interacción entre entidades emisoras y receptoras constituye su realidad
básica. Finalmente, en un mismo individuo y a lo largo de la vida lingüística
del hablante, uno y otro modo son interdependientes y se influyen entre sí. En
la llegada a la madurez lingüística, una persona es capaz de seleccionar, de
modo apropiado a la situación de comunicación, todos aquellos elementos
verbales y no verbales que permiten una acción comunicativa eficaz y orientada
a una finalidad. Una vez asumidos estos aspectos fundamentales podemos abordar
el análisis de las diferencias entre la actividad discursiva oral y escrita, no
sin antes subrayar el hecho de que el criterio de oralidad y escritura no es
útil por sí solo para establecer estas diferencias, ya que hay otros factores
que pueden ser más relevantes, principalmente los criterios de ``grado de
formalidad, ``grado de elaboración de la información' y `grado de implicación
interpersonal".
Estudios que tienen
como objeto de atención el discurso como los de Abercrombie (1965), Gumperz
(1982), Stubbs (1983), Perera (1984), Chafe (1982), Tannen (1982), Scinto
(1986), aportan la novedad de que su análisis se ha aplicado tanto a
producciones de hablantes expertos como de hablantes corrientes, especialmente
porque se han abierto al examen de datos naturales de comunicación en su contexto.
Dados los numerosos tipos de comunicaciones orales y escritas existentes en una
sociedad, tomaremos como referencia dos muestras polarizadas: la conversación
en la vida cotidiana y la prosa expositiva escrita. A través de esta
polarización podremos ver con mayor claridad los rasgos que definen cada uno de
los dos tipos, y los posibles estadios o graduaciones intermedias que es
posible encontrar en otros tipos de discurso.
La conversación
La diferencia más
sustanciosa de la conversación está en el ámbito de la situación de
enunciación. Esta incluye la presencia física de los interlocutores y que éstos
compartan un espacio y un tiempo que son propios de la interacción social. Este
punto de partida tiene consecuencias variadas: Se usa el código oral, constituido
por elementos sonoros —los sonidos de cada lengua— que pueden matizarse con
contornos entonacionales, el tono, la voz y la regulación del silencio. En
principio y de por sí, la emisión sonora, al no tener una dimensión espacial
sino temporal, y al producirse a través de ondas, no permanece si no es con la
asistencia de recursos tecnológicos de registro y grabación audiovisual.
El código verbal no
es el único que funciona: va acompañado de otros que proporcionan sentido a la
conversación. Los códigos cinéticos y proxémicos determinan o apoyan la
significación de un intercambio comunicativo: gestos, expresiones de la cara,
miradas, posturas y movimientos, distancia y contacto entre interlocutores, son
otros tantos ejemplos del valor que adquieren otros códigos en la conversación.
El hecho de que los
interlocutores compartan el tiempo les obliga a cooperar en la construcción de
la conversación, llenando sus espacios comunicativos mientras ésta perdura.
Ello implica una cierta rapidez en las intervenciones, que suelen ser
improvisadas y espontáneas. Chafe (1982) señala que los hablantes despliegan
estrategias de improvisación ya que el proceso de elaboración lingüística y su
resultado casi coinciden.
Compartir el lugar
de comunicación, además del tiempo, proporciona este carácter de inmediatez y,
al compartir el entorno físico, no se han de explicitar tantos elementos porque
se sobreentienden por contexto. El espacio, por otro lado, está definido
socioculturalmente y ello permite predecir el tipo de interacción o de ritual
propio de cada conversación: será muy distinta la conversación que se da en un
bar, en una sala de dirección de una empresa, o en un puesto del mercado. Las
características de los interlocutores afectan de forma variada el discurso
hablado. En primer lugar, la edad, origen, sexo, nivel de instrucción, cultura
o subcultura a la que pertenecen, etc. En segundo lugar, el tipo de relación
que se establece entre ellos (grado de conocimiento mutuo, de intimidad, de
confianza, de jerarquía). En tercer lugar, el ``conocimiento del mundo"
compartido. Y por último, el grado de implicación de cada uno en el tema de la
conversación.
Analistas de la
conversación como Sacks, Schegloff y Jefferson, Goffman, Gumperz, Roulet y
Charaudeau coinciden en indicar el carácter social e interactivo de la
conversación, que se constituye como un acto de comunicación plurigestionado:
son varias las voces que construyen el significado conversacional. Tanto la
apertura como el cierre de esta situación comunicativa está regida por las
normas sociales de la cortesía y regulada por el ritmo alternado de los turnos
de palabra.
Elementos de la textualización
El hablante que se
enfrenta con esta situación de comunicación lleva a cabo una serie de
elecciones, a diversos niveles, que se manifiestan en unas formas y marcas
lingüísticas, con apoyo considerable de elementos no lingüísticos
(situacionales y cognitivos). El carácter dialógico del discurso encuentra en
la conversación su exponente más claro y simple. El diálogo es inmediato y
local, con capacidad de respuesta in situ.
El hablante puede
escoger la lengua, la variante —geográfica y social— y el registro más apropiado
para la comunicación, e incluso puede alternar lenguas o variantes para lograr
una mayor expresividad o eficacia.
La gramática del
coloquio tiene particularidades: su unidad de análisis no es la oración sino el
enunciado. El peso de la prosodia es muy importante para orientar el
significado o potenciarlo, ya que a través de la entonación y el énfasis se
regula la tematización. La mayoría de los investigadores señalan el predominio
de las relaciones paratácticas entre los enunciados o las unidades
informativas. De este modo, se puede decir que las relaciones de coordinación y
de yuxtaposición son las más usadas. Sin embargo, Hailiday (1985) indica la
relativa complicación sintáctica del discurso oral, debido a la escasa densidad
léxica y a la profusión de repeticiones, paráfrasis y redundancias. La
modalidad de los enunciados suele ser predominantemente expresiva y conativa,
con presencia abundante de órdenes, exclamaciones y preguntas.
La inmediatez de la
producción verbal y su resultado genera que en el discurso haya falsos inicios
o discordancias que tengan su origen en los distintos ritmos del proceso mental
y el proceso de textualización, si podemos llamarlos así. O que se utilicen
formas que sólo sirven para llenar vacíos, mientras no se tiene a punto la
secuencia siguiente que se quiere expresar: « bueno, pues, o sea, entonces; o
cuando se quiere terminar una secuencia y no se sabe muy bien cómo: «y tal, y
eso, y todo». El alargamiento de vocales: «laaaa especialista dijo:», o
consonantes: « mmmmmm», también cumplen esta función de relleno sonoro,
necesidad que parece crearse cuando se tiene la palabra: sólo se puede soportar
o controlar una pausa silenciosa cuando se tiene un gran dominio de la oralidad
y se sabe usar con efecto comunicativo. La utilización de adverbios como
«generalmente, naturalmente, evidentemente», cumplen también esta función.
La coincidencia de
los hablantes en el mismo espacio y tiempo permite la referencia exofórica sin
ambigüedades: «hoy, aquí, éstas, aquello». El conocimiento compartido (los
marcos de referencia socioculturales presentes en la mente del hablante –– los
scripts, Shank y Abelson, 1977 ––; la enciclopedia o acumulación de saber sobre
la realidad) da pie a que se dejen de explicitar muchos elementos de la
significación que se interpretan a través de procesos de inferencia basados en
las presuposiciones que hace el que habla o las implicaturas que hace el
oyente. Esto explica que se produzcan actos indirectos de habla sobreentendidos
que son precisamente objeto de análisis específico de los que estudian la
construcción y la transmisión del sentido en la conversación. Lo que se dice y
lo que no se dice está en relación
directa con el grado de coincidencia de experiencias y de conocimientos entre
los interlocutores. El mundo situacional y cognitivo forma parte y es condición
del desarrollo comunicativo de la conversación.
Otros elementos del
texto dependen de la relación entre los interlocutores: las formas de
tratamiento y de llamar la atención:"eh! tú! tio! usted, oiga". Los
pronombres de primera y segunda persona como elementos fundamentales de la
enunciación (Benveniste, 1970). La continua apelación al interlocutor: para constatar que sigue el
hilo o que está atento: "¿vale? ¿Eh? ¿Me entiendes? ¿Sabes que quiero
decir o no? " o para introducir una nueva secuencia: " a ver:",
"mira".
En conjunto la
conversación es una de las muestras más universales y primordiales de la
comunicación humana y en ella tienen su raíz las posibles elaboraciones
posteriores. De ahí que sea tan importante conocer y hacer explícitas sus
características, sus normas y el comportamiento del hablante cuando se
encuentra en esta situación. Como hemos visto, es un acto multidimensional
que acoge una diversidad de elementos
que aportan significación: tanto verbales como no verbales.
La prosa
expositiva escrita
En la escritura la
situación de enunciación no es compartida por los interlocutores. Este hecho
sitúa en otra perspectiva la relación entre ellos. Desaparece la inmediatez de
la comunicación y se desvanece la posibilidad de que actúen códigos que no sean
los estrictamente gráficos (márgenes, columnas, títulos, párrafos, etc.) y de
representación lingüística (el sistema gráfico que representa los fonemas de
una lengua). La materia gráfico visual es la que se encarga de la
representación de la significación. El escritor produce su texto en solitario y
necesita unas condiciones específicas de
la situación de escritura: concentración y silencio. La producción tiene un
tiempo propio, separado del tiempo de la comunicación; ello permite al que
escribe centrarse en la elaboración del texto y llevar a cabo una actividad
reflexiva de planificación, organización y revisión. Por esta razón, psicólogos como Vygotski o
Flower y Hayes, que han estudiado los procesos de la producción textual escrita
(ver Cassany, 1989) señalan su carácter intelectual y su papel en el desarrollo
de las facultades mentales superiores.
Otro aspecto que se
deriva de la situación de enunciación escrita es que el producto es un texto
autónomo, que contiene el significado y su contexto en sí mismo. El escritor ha
de crear el contexto necesario para hacerlo comprensible, el mensaje enunciado
ha de contener una información relativamente más completa y explícita. En
cuanto a la relación entre los interlocutores, se ha de considerar que aunque
el receptor de la comunicación no está presente en el momento de la
enunciación, el que escribe lo evoca mentalmente, y al hacerlo, le dota de unas características
concretas que guían la elaboración de su mensaje. Lo que caracteriza de forma
más típica el texto escrito es que puede hacerse público y que puede acceder a
interlocutores desconocidos por el autor y distantes en el espacio y en el
tiempo. Sin embargo, el texto escrito no está exento de presuposiciones y
sobreentendidos que dependen del perfil del emisor y el receptor evocado y de
los fines comunicativos. Este conjunto de características tiene como
consecuencia la despersonalización del contenido, convirtiéndose éste en el
foco de atención de la prosa expositiva, con una función eminentemente
referencial.
Finalmente, queda
de manifiesto que el texto escrito es un
producto monogestionado. El autor es el responsables del texto y es él quien a
partir de una finalidad comunicativa se ciñe a un determinado tipo de texto
(ver Adam, 1985) y lo planifica siguiendo la estructura convencional
establecida por la tradición cultural en la que se inscribe.
Elementos de la textualización
La independencia
del texto escrito y la posibilidad de difusión pública implica que el escritor
se adapta a la variedad estándar de la lengua escogida corno medio de
transmisión. Esta variedad, que tiene rasgos sociales y geográficos y que
depende de una intervención externa al comportamiento habitual de los hablantes
en su uso oral, se distingue por tener unas convenciones claramente
establecidas a través de unas normas ortográficas y gramaticales, y de un
registro común que está despojado de coloquialismos y de localismos.
En el uso escrito
de la lengua, la unidad gramatical se conforma según el modelo oracional
(Kress, 1982) y la sintaxis tiende a seguir la ordenación canónica, al tiempo
que se despliega y se explicita. La información está más integrada y, en
consecuencia, la sintaxis se distingue por ser trabada, hipotáctica. Predomina
la modalidad enunciativa de las oraciones. La densidad léxica se eleva porque a
través de ella se precisa y se especifica la información ideacional. Los
elementos necesarios para conseguir la coherencia y la cohesión textual se
ponen en juego a partir de la correferencia endofórica, la concatenación léxica
y los nexos (Hailiday y Hasan, 1976). No es apropiado ser repetitivo ni
redundante, y el texto se da en una versión final, pulida, porque se le supone
un tiempo de planificación y de revisión.
El contenido
informativo aparece despersonalizado y ello se muestra en el uso de
construcciones impersonales o pasivas, en el uso de la primera persona que
tiende a pasar a un plural despersonalizador: «como hemos visto,
distinguiremos,» en la utilización de la tercera persona, que según Benveniste
es la adecuada para la referencia externa a la situación de enunciación
hablada. También hay menos implicación del autor en el tema que escribe,
demostrando cautela y prudencia en sus afirmaciones: citando autoridades en la
materia o argumentando sus afirmaciones.
Por último, aunque
el interlocutor de un texto escrito no tiene un papel directo en la producción
del texto, sí lo tiene de forma indirecta. Van Dijk pone de relieve que un
texto no es del todo completo ni del todo explícito, porque en él se ponen en
juego conocimientos y prácticas culturales que se dan como supuestas y que
obligan a una actividad interpretativa por parte del receptor de la
comunicación, el lector, en este caso.
Para concluir,
quisiéramos llamar la atención sobre la necesidad de avanzar en el análisis y
la reflexión sobre los aspectos del discurso oral y sus conexiones y
divergencias funcionales con el escrito. A modo de síntesis y también de
sugerencia, desde la perspectiva de la enseñanza, resaltaremos algunos aspectos
que se ponen de relieve a partir de que reconocemos que el uso lingüístico
forma parte de la acción social y de que aceptamos que, como actividad, la
mejor manera de aprenderla es ejercitándola. Por una parte, hay que conocer los
ámbitos de comunicación que actualmente un centro educativo promueve y
proporciona. Solamente a través de actividades comunicativas estimulantes y
dotadas de una finalidad clara los individuos despliegan todas las estrategias
necesarias para su progreso en la competencia oral. Por esta razón, quizás los
modos de relación tradicionales en los centros educativos requieran una
revisión y renovación profundas. Por otra parte, también es importante
plantearse como objetivo aumentar la percepción y la sensibilidad respecto al
uso oral. La actuación de los jóvenes y de los adultos en el centro escolar
puede ser objeto de atención, observación, análisis y valoración. La actividad,
de un lado, y su examen reflexivo, por otro, puede proporcionar una guía
positiva para orientar la preparación de adultos competentes en situaciones
diversas de comunicación, hecho que, al mismo tiempo, les permitirá extender su
espacio cultural.
(*) Helena
Calsamiglia Blancafort Profesora de
Análisis del Discurso en la Universitat Pompeu Fabra de Barcelona helena.calsamiglia@trad.upf.es
Bibliografía
ABERCROMBIE, D. (1985): "Conversation and
spoken prosa" en Studies in Phonetics and Linguistics. Oxford: Oxford
University Press.
ADAM, J. M. (1985):
"Quels types de textes?" en le franFais dans le monde, 192.
BENVENISTE, E.
(1970): "L'appareil formel de l'énonciation" en Langages, 17.
BAJTIN, M. M.
(1979): "El problema de los géneros discursivos" en Estética de la
creación verbal. Madrid: Siglo XXI, 1982.
BLECUA, J. M.
(1982): Qué es hablar. Barcelona: Salvat.
BERNARDEZ, E.
(1982): Introducción a la lingüística del texto. Madrid: Espasa Calpe.
CASSANY, D. (1989):
Describir el escribir. Barcelona:Paidós.
CERVONI, J. (1987):
L'énonciation. París: Presses Universitaires de Franca.
COTS, J. M.,
NUSSBAUM; L., PAYRATO; LI., TUSO A. (1990): "Conversa(r)" en
Caplletra n° 7.
CHAFE, W. (1982): "Integration and
Involvement in Speaking, Writing and Oral Literatura" en D. Tannen.
DURANTI, A. (1985): "Sociocultural
dimensions of discourse" en T.A. van Dijk (ed) Handbook of Discourse
Analysis. vol I, London: Academic Press.
GOODY, J. (1977): The Domestication of the
Savage Mind. Cambridge: Cambridge University Press.
GUMPERZ, J. J. (1982): Discourse Strategies.
Cambridge: Cambridge University Press.
HALLIDAY, M. (1973): Explorations in the
functions of language. London: Edward Arnold.
HALLIDAY, M. (1985): Spoken and written discourse.
Victoria: Deakin University Press.
HALLIDAY, M. y HASAN, R. (1976): Cohesion in
English. London: Longman.
KRESS, W. (1982): Learning to Write.
London:Routledge and Kegan Paul.
LEVINSON, S. C.
(1983): Pragmática. Barcelona:Teide.
ONG, W. J. (1982):
Oralidad y escritura. México:Fondo de Cultura Económica, 1987.
PAYRATO, Ll. y
SALVADOR, V. (1989): "Recull bibliográfic comentar sobre análisis del
discurs" en Caplletra, nº 7.PERERA, K. (1984): Children's Writing and
Reading. Analysing
classroom Language. London: Basil Blackwell.
SALVADOR, V.
(1989): "L'análisi del discurs, entre l'oralitat i l'escriptura" en Caplletra,
nº 7.
SCINTO, L. (1986): Written Language and
Psychological Development. N. York: Academic Press.
SHANK, R. y ABELSON,
R. (1977): Guiones, planes,metas y entendimiento. Barcelona: Paidós, 1987.
STUBBS, M. (1980): Language and Literacy. The
Sociolinguistics of Reading and Writing. Londres: Routledge and Kegan Paul.
(Ver cap II).
TANNEN, D. (1982): Spoken and Written Language:Exploring
Orality and Literacy. Norwood, N.
JSON. A. (1988):
"El comportament comunicatiu:l'análisi conversacional" en A.
Bastardas y J. Soler (eds) Sociolingüística i Mengua catalana.
FER, G. (1979):
Parlar et convaincre. París:1977): Pensamiento y lenguaje. Aires: La Pléyade (1978): "The
Prehistory of Written Language" en Mind in Society. Cambridge,
Mass:
No hay comentarios:
Publicar un comentario